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Ayer se celebraba en una notaria lucentina la tercera y última convocatoria del proceso de subasta de las instalaciones de la empresa de fabricación de detergentes Bilore, después de que quedasen desiertas las dos primeras, al no presentarse ninguna licitación.
La situación se repitió ayer. Nadie pujó por los 29.963 metros cuadrados de la parcela en la que siguen las naves de Bilore, que salían a la venta con un tipo de licitación de 1.440.000 euros, un cuarenta por ciento menos que en la primera convocatoria.
La subasta forma parte del Plan de Liquidación de los activos de esta empresa con más de cien años de historia, que tenía su sede central en la localidad guipuzcoana de Zaldibia, y de la que la planta de Lucena, creada en los años 50 del siglo pasado, era una de sus factorías más productivas. Bilore se consolidó como una de las primeras apuestas por la industria de una Lucena todavía apegada al olivar, llegando a contar con hasta cuatrocientos trabajadores y produciendo detergentes en polvo y productos de limpieza que se vendían en toda España y norte de África y marcas blancas para las principales cadenas de distribución de nuestro país.
El principio del fin se gestó en 2003. La dirección de Bilore proponía a los 210 trabajadores de Zaldibia y Lucena la presentación de un expediente de regulación de empleo con la extinción de todos los contratos y la liquidación ordenada de la compañía ante la acumulación de más de 33 millones de euros en pérdidas.
Los trabajadores de Lucena, convencidos de la viabilidad de la empresa se constituyeron en comité de crisis y apuntaron su deseo de adquirir a la empresa matriz las instalaciones, el importante stock de productos acabados almacenado y la maquinaria, marcas y patentes. Montaron guardia permanente a la puerta de la fábrica para evitar su desmantelamiento y generaron una corriente de simpatía y optimismo que poco a poco se fue diluyendo con el paso de los años entre promesas de apoyo institucional olvidadas y un proceso judicial tedioso, que culmina ahora, diez años después, con el intento de venta de unas naves desvalijadas en los últimos años por los amigos de lo ajeno y una maquinaria entonces puntera y hoy inservible.
En el camino se quedaron las protestas ciudadanas, la bronca al entonces consejero de empleo, José Antonio Griñán, durante una visita a Lucena; un taller de empleo montado ex profeso para garantizar el mantenimiento de las instalaciones de cara a una utópica vuelta a la actividad de las mismas, un expediente de jubilación anticipada para una veintena de extrabajadores gestionado por el exdirector de general de Trabajo y Seguridad Social de la Junta de Andalucía, Francisco Javier Guerrero, que llegó a declarar ante la juez Alaya que recibió "indicaciones del Gabinete de Chaves" para conceder ayudas a Bilore.
Con el final del proceso se cerrará también un pedazo de la historia de Lucena. Ahora las instalaciones, lo que queda de ellas, serán vendidas por lotes al mejor postor.
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