Las durísimas imágenes de la incalculable devastación que ha dejado la DANA sobre varias decenas de municipios del entorno metropolitano de Valencia han dado la vuelta al mundo y han despertado la solidaridad de miles de personas y la aparición de cientos de iniciativas de ayuda, difundidas por las redes sociales, por canales de WhatsApp y Telegram, con el denominador común de ser de utilidad a los afectados, ya sea recogiendo productos de primera necesidad, trasladándolos hasta los puntos donde son más necesarios o tomando rastrillo, pala y espuerta para hundir los pies en el barro y poner un granito de arena en la complicadísima tarea de devolver la normalidad a los pueblos y ciudades que han sufrido con mayor virulencia el envite de la riada.
Muchos de ellos son jóvenes. Otros son desempleados, empresarios autónomos y hasta jubilados. En todos ellos se ha despertado la solidaridad al contemplar, por la televisión o las redes, la desesperación de tantas familias o el abandono en el que se han sentido sumidas por la administración durante días.
En ese contexto, surgió una iniciativa de ayuda desde Lucena. Un mensaje en redes: "El martes parto para Paiporta a las 6:00 con la única intención de ayudar. Dispongo de palas, material de higiene y tres plazas de mi vehículo en un viaje de ida y vuelta costeado por mí. No puedo ofrecer alojamiento, ya que tampoco sé dónde voy a poder dormir. Si alguien se ofrece para venir...". El mensaje lo dejaba Moisés Serrano, un joven empresario del sector de la hostelería. A la idea se sumó gente que quería aportar alimentos o productos básicos y poco a poco el grupo fue creciendo hasta unir a doce personas y tres vehículos, que partía en la madrugada del martes hacia Valencia cargado de ilusión y de palas, carretillas o escobas, aportados por Rafael Torralbo, uno de los voluntarios, y pañales, alimentos no perecederos o productos de limpieza recogidos en los días previos. Aunque su destino inicial era Paiporta, finalmente se quedaron a trabajar en Catarroja, una de las áreas más afectadas, muy cerca de Valencia.
Gregorio Pérez es uno de esos voluntarios. Ha viajado con su hija, son el mayor y la más joven de la expedición, en la que también hay otra chica, vecina de Cabra. “Cuando llegamos, la zona de Catarroja estaba muy afectada. Decidimos quedarnos aquí para ayudar porque estaba claro que necesitaban todo el apoyo posible. Los vecinos están saturados y llevan días entre decenas de vehículos, montañas de muebles y enseres, basuras y toneladas de barro, aunque se muestran receptivos a cualquier ayuda. La solidaridad aquí es inabarcable”, comenta.
Tras los primeros días, en los que era difícil acceder a cualquier tipo de ayuda, ahora la población dispone de alimentos y productos básicos sin ningún problema. "La ingente cantidad de ayuda que ha llegado desde todo el país hace que esto ya no sea un problema. Hay vehículos que pasan constantemente repartiendo productos y también se han organizado espacios en la propia calle con todo lo necesario para la alimentación y la higiene personal. Nadie hace acopio, cogen lo que precisan y se marchan", señala Gregorio Pérez, que añade que en las zonas cercanas a los puntos de distribución de ayuda, como la piscina municipal de Catarroja, los equipos de voluntarios preparan y sirven comidas a los afectados. "Paellas, fideuás, macarrones y otros platos calientes están siendo distribuidos entre los damnificados que se han acercado a recibirlos. El ambiente, a pesar de la tragedia, es de colaboración total, donde vecinos y forasteros trabajan codo con codo para mitigar los efectos de la riada".
Este voluntario lucentino se muestra sorprendido por la gratitud de los vecinos: “A pesar de que las circunstancias son durísimas, los vecinos no dudan en ofrecer lo que tienen. Nos ofrecieron comida y bebida sin pensarlo, y una señora incluso nos abrió las puertas de su casa cuando le dijimos que no teníamos dónde dormir. Nos ofreció un lugar para descansar, y ahora estamos allí, en su casa, compartiendo espacio con ellos”, comenta emocionado.
DESTRUCCIÓN SOBRECOGEDORA
En el otro lado, las escenas de destrucción son sobrecogedoras. En las calles de Catarroja y sus alrededores, el barro lo cubre todo. En el centro de la ciudad no ha quedado un portal, un local comercial, un sótano o un garaje libre de lodo. Los voluntarios están ayudando a limpiar y desinfectar, aunque saben que la recuperación será larga. “Aquí el agua llegó a más de un metro y medio de altura sobre el asfalto. El agua se fue, pero el fango sigue presente, y la limpieza no va a ser algo de días, sino de meses. Este trabajo no acaba aquí, y la gente lo sabe”, explica Gregorio Pérez.
Los voluntarios lucentinos también han conocido historias trágicas. Un matrimonio de avanzada edad perdió la vida atrapado en un ascensor en el momento en que la riada arrasó las calles. “Una vecina nos contó que el agua les sorprendió. No pudieron salir y fallecieron ahogados", indica Pérez. También hay historias de rescates heroicos, como la de "unas chicas atrapadas en una peluquería que, cuando ya casi tenían el agua al cuello, lograron escapar encaramándose al techo de una furgoneta que milagrosamente fue arrastrada contra la cristalera del local; o un chico que logró salir de su local buceando hasta subir a un coche que había quedado atascado junto a un contenedor, siendo ayudado a alcanzar el balcón de la primera planta de un edificio por los vecinos con ayuda de sábanas", señala Gregorio.
Pese a conocer mil historias como esta y al impresionante nivel de destrucción material, los voluntarios lucentinos destacan también el daño emocional que ha causado esta catástrofe entre la población. “Los vecinos se han mostrado muy fuertes. La mayoría tiene una actitud positiva. Aunque no dejan de lamentarse por lo ocurrido, no hay tiempo para la desesperación. Lo que más he notado es el talante luchador y solidario de las personas, que están dispuestas a darlo todo, a seguir trabajando, a no sentarse a llorar. Eso me ha sorprendido muchísimo”, asegura uno de los integrantes del grupo.
A pesar de las dificultades, los voluntarios se sienten orgullosos de la tarea que están realizando, y la experiencia, aunque difícil, les deja una sensación gratificante de solidaridad. “Lo que más me satisface es que mi hija esté aquí, viviendo todo esto en primera persona. Le está sirviendo para ver que los problemas reales no son los que nos cuentan los medios de comunicación, sino lo que realmente estamos viviendo ahora, en el día a día de la catástrofe. Esto va a ser algo que nunca olvidará, y me siento muy orgulloso de tenerla aquí conmigo”, reflexiona Gregorio Pérez.
El esfuerzo de todos los voluntarios de Lucena, al igual que el de muchos otros grupos y asociaciones de toda España, es solo una parte de la respuesta a una tragedia que ha dejado huellas profundas en la población valenciana. Sin embargo, no cabe duda de que, a pesar de la magnitud de los daños, la solidaridad y el apoyo de los ciudadanos no faltan. El camino hacia la recuperación será largo, pero el trabajo conjunto y la esperanza de todos los afectados continúan intactos.
Este grupo de lucentinos volverá a Lucena esta madrugada. En sus móviles quedarán cientos de fotos y vídeos que muestran la magnitud de la tragedia, en sus retinas las escenas vividas, y en sus corazones la sensación de haberse sentido útiles para alguien en momentos de tanta desesperación. “Estamos viviendo la solidaridad y la gratitud de una manera que jamás imaginamos”, señala uno de los miembros del grupo.