OPINIÓN: Homenaje al santero abnegado, por Manuel Franco Espinar

24 de Septiembre de 2024
Monumento a la Santería en Lucena
Monumento a la Santería en Lucena

Quien firma estas pobres líneas, lo hace desde la creencia de que estos meses atrás no han sido los más propicios para hablar de santería, para encender el televisor y buscar una retransmisión de nuestra Semana Santa o del Día de la Virgen (mejor cuanto más antigua), ni para escuchar una marcha de procesión de esas de palio de luto. Pondré un ejemplo práctico: La Soledad siempre está igual de guapa, pero en agosto dedicarle una décima viene a tomarnos un esfuerzo algo mayor del que haría en aquellos meses en que el frío hace que bullan la nostalgia y el recuerdo y se encalen en la callada noche las paredes viejas de sombras de cera y llama.

Cuando comencé el escrito que ahora remato, confundía el azul de la costa con las líneas difusas del palio franciscano alejándose en lontananza, y sin ser tiempo de ello, yo también caí en el mal de querer a destiempo e irracionalmente. Seré franco, y sé que piensas lo mismo que yo: el verano no está hecho para la santería, pero me apuesto una ronda donde quieras a que tú que me estás leyendo, has caído en alguna de estas argucias con las que la santería busca aprisionarnos los 366 días de un año bisiesto. Una vez atravesada la línea del equinoccio, dedico estas líneas al santero abnegado, a aquel que, sabedor de la penitencia que supone vestir túnica durante los meses del estío mediterráneo, toma su cruz, que no es otra que el amor inusitado a la santería, y desoye los intempestivos pronósticos meteorológicos, para hacer de su tradición un modo de vivir.

Si no pega hablar de santería, imagínense, directamente, lo que pega santear en ciertas tardes en que la temperatura se acerca más al 50 que al 30… Pero que no pegue no quiere decir que no vayamos a hacerlo, porque Carnaval es en febrero y aquí casi que se celebra más en julio que en sus días. Y no pasa absolutamente nada, porque como escribió Ángel Eduardo Acevedo para que cantase Simón Díaz (a la postre conoceríamos la versión de Julio Iglesias) “quererse no tiene horario ni fecha en el calendario”.

Con lo expuesto, justifico mi sentido y sincero homenaje al santero abnegado, al santero de verano, al que acude con una sonrisa en la boca a las juntas fuera de día y de hora, al que aguanta la primera hora de calor con una bolsa de pipas de las amarillas viendo salir San Cristóbal, y la segunda esperando a que salga el Apóstol ecuestre de Santiago.

Santear, ser o sentirse santero, puede llegar a convertirse en un sacrificio azteca en el que el santero es el prisionero y no el que sostiene la daga.

“Ya tienes que tener tú ganas de santería para salir en verano”. ¿Cuántas veces hemos oído esto? Pues justamente es eso lo que nos pasa, que nos gusta. Nos gusta demasiado, en exceso e irracionalmente. Nos gusta tanto que solo rastreamos motivos donde hay más contras (y no precisamente en término santero) que pros. Cualquier excusa es buena para apuntarse una más en el cinto, especialmente cuando se es joven, que en el caso del santero, se es casi siempre o al menos, muy a menudo.

Por cierto, que para homenaje, el que se merecen los que van “guardaos”; porque si fajarse en julio para llevar una pata constituye un sacrificio, ¿qué supone pasear un repisón o un varal trasero? Esa entrega no hay caudal que la pague.No es sencillo santear fuera de temporada, lidiando con juntas renuentes al hábitat natural de nuestro arte y con los mil y un comentarios que aluden a la innecesaria costumbre nuestra de santear en verano y en los meses aledaños a éste. Tú, santero abnegado, sabes que llevan razón. Es cierto que no hay necesidad ninguna, no se trata de un asunto de vida o muerte, pero con ganas y juventud, caracteres que suelen verse reflejados en estas cuadrillas, santear es vivir, ya sea en abril, en octubre, en marzo, en julio…

Nadie te va a dar las gracias, y lo cierto es que tampoco estás haciendo ningún favor ni una obra de caridad, pero como yo he sido como tú, vengo, sin que me lo hayas pedido, a reconocer humildemente la incansable afición que destilan tus coloquios y saetas estivales, tus “tomás” de noche seca.

Estos días, paseando por los rincones de mi niñez, hechos de espadaña recortada al cielo con sabor a primavera, la leve brisa que despierta a las horas en que tienden a salir nuestros Cristos y nuestras Vírgenes a la calle, me hace reparar en que el tambor ya anuncia el anuario de sueños e ilusiones que están por cumplirse. Santero abnegado, da los últimos horquillos en este año que ha querido prolongarse, porque tras las bandurrias y las guitarras, tras el malva de la mañana Nazarena que se otea en el horizonte, está naciendo el sol de una nueva santería.

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