Sufrimos déficit de civismo. O de urbanidad, palabra de significado análogo que quizá convendría liberar de esa antigua pátina de totalitarismo que nos evoca épocas pasadas y traer a la actualidad, libre y limpia, para dignificarla y expresar, con toda su contundencia, que el individuo urbano, el ciudadano, ha de ser indefectiblemente un ser educado.
En cualquier ciudad, y Lucena no es excepción sino más bien paradigma, las mayores descortesías que se producen tienen que ver con el tráfico, fundamentalmente porque se dan desde un desequilibrio de poder, desde la posición dominante que en la calle poseen los coches frente a la debilidad del viandante, más indefenso y débil.
Cruzar un paso de peatones (a veces incluso un semáforo) es una actividad de riesgo, y lamentablemente hemos tenido en nuestra ciudad trágicas experiencias de ello. Debemos situarnos prudentemente en el borde de la acera y si se aproxima un vehículo, hacer tímido ademán de cruzar y observar si amaga o no con detenerse y cedernos el paso como si el conductor, en un alarde de piedad, se dispusiera a concedernos una gran, indulgente e inmerecida gracia.
Zonas peatonales que no se respetan, ni para circular por ellas ni para aparcar. En toda la ciudad, coches estacionados en doble fila, en aceras, en pasos de peatones, en vados. Al más puro estilo Aguirre, dejan el vehículo en la puerta del bar, del kebab, del estanco, del cajero automático, de la pescadería, o de dondequiera que le plazca al conductor. Con impunidad.
Y he aquí el quid de la cuestión. La impunidad. No pasa nada, todos callamos, nadie vigila ni sanciona. Y hay obligados a hacerlo. En nuestra Ordenanza Municipal de Tráfico, Circulación de Vehículos a Motor y Seguridad Vial, se especifica (artículo 8) que "corresponderá a los agentes de la Policía Local vigilar su cumplimiento, regular el tráfico mediante sus indicaciones y señales y formular las denuncias que procedan por las infracciones que se cometan." De nuevo he de decirlo: impunidad. Puedo entender de alguna manera que en última instancia el responsable político no quiera dañar su imagen y prefiera mirar a otro lado antes que adoptar medidas impopulares, pero hacer cumplir la ley no es una opción de la que disponga sino una obligación ineludible.
Podría entenderse alguna condescendencia en determinadas circunstancias, pero aquí habrá que acudir a las palabras de Antonio Machado: "Benevolencia no quiere decir tolerancia de lo ruin, o conformidad con lo inepto, sino voluntad de bien".
No se puede poner un policía en cada esquina, nos dirán algunos. Cierto. Pero tampoco se puede consentir la impunidad, la dictadura urbana de los coches respecto a los peatones. Aumentar las patrullas por la ciudad y denunciar de oficio las infracciones que se observen hará cambiar la perspectiva de inmunidad. Y tendremos una ciudad más justa, más segura y una mejor convivencia, indudablemente.
Ánimo de lucro, dirán otros, y de ahí el título de este artículo. No. Ánimo de lucro es la excusa del perdedor, del mal perdedor, del maleducado, del consentido, que antes de asumir su responsabilidad y aceptar las consecuencias prefiere culpar de su comportamiento incívico a quien tiene la capacidad y la obligación de sancionarlo. Porque no se educa consintiendo, sino corrigiendo.
Manuel Delgado Fernández