OPINIÓN: "Banderas de sangre", por Verbarte

17 de Octubre de 2019

Y, cuando hayan acabado de ondearlas,

todas las banderas serán teñidas de sangre,

sin esperanza.

 

Todos los rebaños reconocen el silbido de su pastor. Escuchado desde que son caloyos, es casi el único que han escuchado y saben que los conduce al pasto o a la seguridad del aprisco. No necesitan más. Oído el reclamo, se pone en marcha todo el rebaño, sin cuestionarse adónde es conducido, y sigue obediente al pastor. Y a su cayado. Tampoco en su última salida se quejan, cuando el silbido conduce a las ovejas a las puertas del matadero. Ellas obedecen. Siempre han obedecido.

Las banderas, todas, han servido a lo largo de la historia para un fin muy parecido al del silbido. A diferencia de ovejas, cabras y borregos, el ser humano es capaz (o debería) de analizar para comprender las intenciones de sus pastores. Y de sus cayados. Las personas buscan en las banderas una adscripción a un determinado grupo afín a sus gustos y preferencias. Pero cuidado: el mástil que suelen usar los pastores es el cayado.

Vivimos en un mundo de banderas. Reconoce la ONU hasta 194 banderas, a las que habría que añadir muchísimas más que florecen como jaramagos dentro de cada país, en cada región, en cada provincia, en cada pueblo: ¿unas 5.000, unas 50.000...? Ni lo sé ni me importa. No tengo bandera ni la quiero, ni siquiera la blanca. Procuro pensar en la Humanidad como un único rebaño sin miedo a las manadas de lobos con piel de cordero que ejercen de pastores. Ellos, los lobos, agitan las banderas para guiar a los rebaños hasta el matadero: es la historia de la Humanidad.

Vivimos tiempos convulsos. Tiempos de banderas. Otra vez. La misma vez. La historia vuelve a repetirse porque la hemos vuelto a olvidar y la leemos manipulada por los lobos de una u otra manada. Coinciden los lobos en decir que las naciones y los estados se han construido históricamente con adobes de sangre y argamasa de fuego. Es el único método que conocen para hacer "país", para cohesionar "estados": sangre, fuego, miedo y silencio. Y en esas estamos.

Soy de las que creyó, y bien que lo siento, que el mundial de fútbol limpió la bandera de España. Ilusa de mí, quise ver que España se había civilizado, que toda la mugre ensangrentada que cubría la bandera roja y gualda la habían limpiado milagrosamente un gol y una copa del mundo. Torpe de mí, me dejé llevar por la falacia de los milagros. Se llenaron balcones, coches, comercios y atuendos varios de banderas rojas y gualdas mientras los lobos les daban el mismo vil significado.

El lobo del franquismo ha despertado. También su cayado. Entre lobos se entienden, son cánidos y ya se sabe: perro no come perro. El nacionalismo español lleva toda la transición metiendo su bandera en el ojo a los nacionalismos vasco y catalán como método de levantarles el ganado votante. Los nacionalismos vascos y catalán saben a qué juega el nacionalismo rival y han sacado sus banderas para meterlas en el ojo español. Ojo por ojo y el mundo quedará ciego (Ghandi). Como siempre.

Mientras se agitan las banderas, mientras pasean las porras, mientras arden las calles, mientras se llenan las cárceles, el gran lobo sonríe satisfecho porque sabe que los lobos nacionalistas, de uno y otro bando, son su manada. El gran lobo (el de la bandera del dinero) sigue, mientras tanto, laminando el bienestar, privatizando, precarizando, empobreciendo y maltratando a todos los rebaños. Los lobos obtienen beneficio de ello, sean españoles, catalanes o vascos. Y, cuando pase un tiempo, se sentarán en la misma mesa para celebrarlo. En el perchero dejarán las sangrientas banderas y los cayados ensangrentados. Lo de siempre.

Verónica Barcina Téllez. Ciudadana de un mundo sin banderas.

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