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Estructura interna de los partidos políticos: "La ley de hierro"

08 de Febrero de 2023

Están próximas las elecciones municipales en nuestro país y pronto dará comienzo la lucha descarnada por el poder. Es buen momento para hablar de los partidos políticos, principales protagonistas de nuestra democracia representativa, y de cómo se organizan a nivel interno.

Habría que empezar por definir qué es un partido político. Parece fácil. Un partido es eso que vemos a diario en medios de comunicación, eso que no sabemos muy bien para qué sirve, ni cómo funciona, y que en los últimos tiempos esta perdiendo legitimidad entre los ciudadanos por escándalos de corrupción y decisiones poco racionales, basadas en la ideología o los intereses de determinados grupos sociales dominantes. Trataremos de ampliar el concepto.

Es difícil ofrecer una definición que pueda englobar todos los partidos políticos de todas las épocas y todos los países, por su gran heterogeneidad. Pero lo cierto es que podemos definirlos, en un sentido amplio, como toda asociación de individuos unida por la defensa de unos intereses, organizada internamente mediante una estructura jerárquica, con afán de permanencia en el tiempo, y cuyo objetivo sería alcanzar el poder político, ejercerlo y llevar a cabo un programa político para toda la sociedad.

Este tipo de asociaciones tienen su origen en el desarrollo del parlamentarismo y el incremento de la participación del pueblo en las decisiones políticas, y más concretamente en la extensión del derecho de sufragio. Siendo así que no existen los partidos políticos tal como los hemos definido hasta el siglo XIX, con la transformación del Estado liberal en democracia política. Y esto no deja de ser paradójico si tenemos en cuenta que los liberales rechazaban, conforme al principio ideológico del individualismo, cualquier fenómeno que chocara con este.

Pero el desarrollo del parlamentarismo y la vinculación que se produjo entre mayoría parlamentaria y gobierno hizo que nacieran los grupos parlamentarios como una actuación conjunta en defensa de unos intereses determinados: regionales, profesionales, intelectuales y ante todo ideológicos. El antecedente más claro fue el fraccionamiento del Parlamento en la Gran Bretaña del XVII, entre tories, conservadores, y whigs, defensores de la libertad política y religiosa. Este proceso de creación de los grupos parlamentarios fue el paso previo a la creación de los partidos políticos.

Tras esta introducción pasamos a tratar la estructura interna de los partidos, que es el objeto de este artículo. Los partidos necesitan de una organización interna y una estructura que les permita llevar a cabo sus funciones. Estas últimas darían para otro artículo que dejaremos para otro momento.

Los partidos dependen cada vez más de sus órganos de dirección y no del debate y la discusión que realizaban afiliados y militantes.

La base de todo partido político es el individuo. Todos los individuos relacionados con la esfera del partido están sujetos a clasificación (Molas, 1975). Empezaremos distinguiendo a aquellos que son miembros del partido de los que no lo son. En el grupo de los primeros están los afiliados, que se limitan a pagar una cuota y no realizan ninguna labor dentro del partido. Siguiendo con los miembros del partido, encontramos a los militantes, también llamados activistas, que además de ser afiliados realizan trabajos dentro del partido, como asistir a reuniones, colaborar en las campañas electorales, preparar los congresos, preparar y asistir a los actos públicos, etc.

Dentro del segundo grupo, no pasa desapercibido a quien se acerca a cualquier partido, la división entre “creyentes”, que participan guiados por un incentivo colectivo, que se identifican con el partido y su ideología, son solidarios con el resto de los militantes y luchan constantemente por la causa, y “arribistas”, aquellos que participan guiados por un incentivo selectivo relacionado con ambiciones materiales, de poder o de estatus, y que buscan con egoísmo el beneficio propio (Panebianco, 1990).

Dentro del partido tenemos también a los permanentes, aquellos individuos que trabajan de forma estable en el partido y cobran un sueldo. Y finalmente tenemos a los dirigentes del partido, los cuadros, líderes o élites, que son los responsables principales del funcionamiento del partido y que actúan de un modo oligárquico. Sobre estos últimos volveremos más adelante.

Por otro lado, estarían los que no son miembros del partido, que sin embargo están situados dentro de la esfera de este. Entre ellos encontramos un primer grupo de votantes fieles, que se limitan a votar al partido y no mantienen relación alguna con el mismo entre elecciones. Y el otro grupo de no miembros es el de los simpatizantes, que son aquellos que además de votar al partido difunden sus postulados, participan en algunos actos públicos y ayudan económicamente de forma esporádica.

El partido como conjunto de individuos dispersos por un territorio que actúan en una dirección y con un objetivo, necesita de algún tipo de organización de base que agrupe sus miembros y los conecte con la esfera del partido. Según Duverger la organización de base a evolucionado en el tiempo y es diferente según el tipo de partido. Así encontramos el comité, propio de los partidos de notables, la sección, típica de los partidos socialistas y adoptada por todos los partidos de masas, la célula, prácticamente en desuso, que era la organización de base de los partidos comunistas en la clandestinidad, y la milicia, propia de los partidos fascistas, que prácticamente ha desaparecido.

Los partidos dependen cada vez más de sus órganos de dirección y no del debate y la discusión que realizaban afiliados y militantes. Se produce una concentración en la toma de decisiones en el órgano director, numéricamente reducido.

En la actualidad los partidos se estructuran mediante organizaciones de base similares al comité o la sección, que pueden ser territoriales o sectoriales, y reciben distintos nombres. Todas presentan una interdependencia de mayor o menor grado, están conectadas entre sí y dependen de una estructura piramidal que está por encima. Estas instancias superiores intermedias, situadas entre organizaciones de base y los órganos superiores decisorios, tienen un ámbito de actuación que normalmente se corresponde con la circunscripción electoral o la división administrativa del Estado (en España es la provincia). Sus funciones son coordinar las distintas organizaciones de base y garantizar que éstas aplican las decisiones tomadas por los órganos decisorios del partido.

El órgano superior de los partidos es la Asamblea General o Congreso, formado por compromisarios o delegados de las diversas organizaciones de base, que se reúne de forma periódica. La Asamblea General acuerda las directrices políticas básicas del partido y elige el órgano ejecutivo permanente, que será el órgano superior del partido entre congresos. Este último órgano elige a su vez a un grupo reducido de personas que serán los auténticos dirigentes del partido con funciones decisorias y ejecutivas.

Los partidos dependen cada vez más de sus órganos de dirección y no del debate y la discusión que realizaban afiliados y militantes. Se produce una concentración en la toma de decisiones en el órgano director, numéricamente reducido. Esto puede dar lugar a tendencias oligárquicas y prácticas antidemocráticas. Esta tendencia se suele justificar, en algunos partidos, por la complejidad social y la necesidad de tomar decisiones con urgencia, sin margen de tiempo para debatir. Satisfacer el requisito de democracia interna, que los estatutos de los partidos y las Constituciones nacionales establecen, no resulta “operativo”.

El liderazgo, la división del trabajo, la concentración de la dirección en unos pocos, esa oligarquía elitista, son fenómenos que pueden poner en peligro la democracia interna de los partidos políticos.

Pero existen otras razones para dejar de lado las discusiones políticas de los afiliados. Michels formuló la “Ley de Hierro de la Oligarquía”, según la cual toda organización se fundamenta en prácticas oligárquicas (Michels, 1983). Los líderes del partido se rodean de un pequeño número de personas que les son fieles y que, junto a ellos, constituyen una élite que decide la estrategia y la táctica del partido. Por ello los partidos pueden llegar a representar la voluntad de la respectiva élite, y no la de sus afiliados.

Los dirigentes, la oligarquía del partido, no surge de la nada. Son individuos con unos conocimientos superiores, o así debería ser, con un mayor dominio de la práctica política y tienen nexos con las élites de otros partidos y sectores sociales. Se supone que son gente preparada que ha seguido un cursus honorum. Según Michels son los únicos, o casi, que pueden dirigir un partido de forma eficaz y exitosa, porque la mayoría de los afiliados no disponen de preparación o cualificación suficiente para ello. Esto que el autor calificaba de “incompetencia de las masas” hace necesario el liderazgo, y provoca que las mismas masas sean quienes reclamen un líder.

Según Panebianco estos líderes controlan las relaciones del partido con su entorno, los canales de información y comunicación del partido, las reglas formales internas, la financiación y el reclutamiento y promoción de la militancia. (Panebianco, 1990)

El liderazgo, la división del trabajo, la concentración de la dirección en unos pocos, esa oligarquía elitista, son fenómenos que pueden poner en peligro la democracia interna de los partidos políticos. El grado de oligarquía en los partidos no sólo depende de su ideología sino también del tamaño de estos. Los partidos más grandes y con mas presencia en las instituciones tienden a ceder un poder mayor a sus líderes, y a tener un funcionamiento interno menos democrático. En términos ideológicos, los partidos conservadores son los que tienden más a prácticas oligárquicas, mientras que los partidos de izquierda son menos propensos a estas prácticas o las desarrollan de un modo más sutil.

El poder de la cúpula se refuerza a través de los Congresos o Asambleas Generales, promoviendo que se aprueben las líneas de actuación definidas previamente por los líderes, o procurando que salgan elegidos delegados poco conflictivos o continuistas. Por consiguiente, el control democrático en el interior de los partidos es muy escaso, y los líderes tienen un margen de gran discrecionalidad para orientar política y estratégicamente al partido, sin tener que hacer consultas ni concesiones al conjunto de los afiliados. Incluso cuando agotan su vida política ellos mismos son quienes eligen a sus sucesores por vía de cooptación.

Michels argumenta que los afiliados tienen que saber que el liderazgo es técnicamente necesario. Pero ¿qué pasa cuando la oligarquía llega al punto en que el líder se confunde con el partido, aquel punto en que los intereses particulares de este se confunden con los generales del partido? Ello nos puede llevar a pensar que los partidos, que supuestamente son garantes de la democracia, carecen de democracia interna, y que por tanto no existe la democracia si no es democracia directa.

 

BIBLIOGRAFÍA:

Matas, J. (2006). Manual de Ciencia Política. Tecnos.

Duverger, M. (2012). Los Partidos Políticos. Fondo de Cultura Económica de España.

 

 

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