Entre los siglos XVI y XVIII España fue la primera potencia europea (grandes naciones hoy, como Alemania o Italia, tardarían aún siglos en tan sólo ser eso, naciones).
Durante ese tiempo España se convirtió en el primer imperio de la historia (unos 20 millones de kilómetros cuadrados), que tenía que gobernar territorios separados por dos océanos (Atlántico y Pacífico) y en los cinco continentes. Para que podamos comparar la inmensidad de la empresa España tiene hoy medio millón de kilómetros cuadrados.
En estos tres siglos y medio tuvo que organizar y mantener dicho imperio (eso suponía que los pueblos de los territorios que lo formaban serían asimilados porque, de lo contrario, el edificio político se desmoronaría en poco tiempo). El imperio lo fue porque las élites de todas sus partes participaron en su gobierno.
El objetivo era poder, además, comerciar con Asia (recordemos que Colón buscaba una ruta a las Indias) y mientras se organizaban las tierras en América, Elcano realizaba la primera circunnavegación de la historia (1519-1522). Culminada ésta, era necesario establecer una ruta permanente y segura desde Asia hasta América puesto que no se podía hacer por tierras portuguesas y así nacía la expedición de Legazpi y Urbaneta (1-6/1-10, 1565) lo que vino a denominarse el tornaviaje. Con su éxito el imperio español quedaba completamente comunicado y, de paso, se iniciaba la primera globalización.
Mientras tanto, en la Escuela de Salamanca sus intelectuales y profesores (casi todos teólogos católicos), que eran la rama intelectual del Siglo de Oro español, escribían y enseñaban sobre política, derecho, economía o teología. Allí tenemos, por ejemplo, a un Juan de Mariana (1536-1624) que a instancias de Felipe III escribirá sobre los límites del poder político (Montesquieu y su división de poderes no fue «una creación» de la dieciochesca Ilustración francesa tuvieron unos antecedentes dos siglos antes) y sobre el tiranicidio (a modo de detalle el parlamento de París ordenó la quema de su obra).
De entre todos destacará Francisco de Vitoria (a la sazón fraile dominico e impulsor de dicha escuela) que fue convocado para que participase en la junta legislativa sobre qué hacer y cómo en las tierras conquistadas de lo que se derivó las Leyes Nuevas (1542) que completaban a su vez las de Burgos (1512) donde no sólo se abolía la esclavitud indígena, sino que además a dicha población se le consideraría jurídicamente libre y súbdita de España. Las Leyes Nuevas impulsadas por Vitoria dieron solidez a las de Burgos y pusieron los cimientos del Derecho Internacional. Francisco de Vitoria es considerado como el padre del Derecho Internacional.
En el resto de Europa, es de suponer, no entenderían tal situación: Una nación europea blanca establecía que «unos salvajes» fuesen tratados legalmente como iguales a los habitantes de la nación que los estaban conquistando. Mientras, en el siglo XVII, en Gran Bretaña ponían precio a las cabelleras de los indios de sus colonias en América o, lejos de actuar de manera distinta y en Estados Unidos –que afirmaba en su declaración de Independencia de 1776: «Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.»– no tenían ningún problema en confiscar las tierras y aniquilar después, sistemáticamente, a la población indígena a medida que se dirigían hacia el Oeste.
¿Cuál era el motivo? Primero los británicos –orgullosos de su parlamentarismo– y luego los estadounidenses –cuna de la primera constitución contemporánea– simplemente consideraban que los indígenas americanos no tenían derecho a la vida o a la propiedad. España en el S. XVI ya había otorgado tales derechos a la población indígena.
Feliz Día de la Hispanidad a todos.
José Antonio Villalba Muñoz. Profesor de Geografía e Historia