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También me duele el terremoto de Lorca. Quiero decir que, como ya confesé con Japón, este tipo de desastres me afectan el ánimo. En una ocasión oí decir al tío Manolo Alcántara que Séneca, el cordobés trágico, había advertido que «lo pequeño mío es grande». Pienso en estas palabras y, por eso, me duele más Lorca que el nipón, aunque sus efectos destructivos hayan sido menores; ya que no es lo mismo reflexionar, escribir o pensar sobre el apocalipsis de Japón, lejano y diferente, que sobre la localidad española, cercana y mediterránea. Pero, como ya comenté, pese a los muertos:
el mundo siguió andando.
Y eso que la política, estando en plena competición democrática, ha tenido gestos de buena voluntad; lo que me hace preguntar si en verdad debe de haber una desgracia para ponerse de acuerdo en algún punto. Todos tienen una visión diferente de Lucena y, entonces, ¿cuál es la verdadera? Volviendo al hilo de lo que quiero tratar hoy, la proximidad del lugar del desastre, la desdicha del vecino y la información conseguida de primera mano me hacen recordar aquellos versos de Miguel Hernández:
Hoy estoy sin saber yo no sé cómo,
hoy estoy para penas solamente,
hoy no tengo amistad,
hoy sólo tengo ansias
de arrancarme de cuajo el corazón
y ponerlo debajo de un zapato.
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mi corazón, pecera melancólica,
penal de ruiseñores moribundos.
Por ello, disculpe la persona lectora que este artículo sea de este modo, puesto que en este momento no estoy para escribir sino para penar solamente.
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