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Las obras realizadas en el entorno de la parroquia de San Mateo y el Castillo, en las plazas de San Miguel, Archidona y Pasaje del Cristo del Amor, aún siguen dando que hablar. La razón no es el estropicio urbanístico que se ha cometido sino la negativa a reponer uno de los pocos elementos que existían antes de las obras: la cruz de la Plaza de San Miguel.
A la sombra de la más fastuosa de las joyas lucentinas, el Sagrario de San Mateo, se levantaba una discreta columna de piedra con una cartela en la que se inscribía el nombre de la plaza y una cruz de forja. Junto a los monumentos dedicados al Marqués de Comares y a Barahona de Soto, salidos del taller del escultor valenciano Amadeo Ruiz Olmos y también desplazados incomprensiblemente, era una de las señas de identidad del entorno.
Efectivamente, hemos de hablar en pasado para referirnos a esta cruz porque, a pesar de que las obras del que podría ser el nuevo hipódromo municipal lleven más de un año terminadas, un hito tan característico del Llanete de San Miguel no ha sido devuelto por falta de acuerdo entre las formaciones políticas. Esa ausencia de consenso, lamentable cuando nos referimos a un tema de patrimonio, se ha tornado en un pulso entre los partidos políticos que no entienden que la cruz formaba parte del degradado paisaje urbano lucentino. Es más, se ha llegado a insinuar que no se colocaría por ser un símbolo cristiano.Y ahí es donde está el problema. El respeto a todas las creencias de los ciudadanos, sin distinción, no implica que un elemento patrimonial inofensivo tenga que permanecer en un almacén y no en el lugar que jamás debió abandonar. Si, además, la cruz ha desaparecido durante su injusta retirada, tal y como se ha comentado, estamos ante un atentado más hacia el atormentado patrimonio lucentino, que no consigue que pase un día sin recibir una bofetada.
Lucena, ciudad habitada a lo largo de su historia por distintas culturas, se enorgullece hoy en día de su pasado judío. En cambio, parece que tenemos que avergonzarnos del pasado, y presente, cristiano, con la justificación de buscar una convivencia pacífica de culturas. En pleno siglo XXI, la cordialidad entre los fieles de las distintas religiones puede estar más que asegurada si se evitan debates vacíos que acaban polarizando a todas las posturas, sin reparar en que la finalidad última no es reponer la cruz por ser una cruz sino porque tradicionalmente, palabra que a muchos puede causarles estupor, ha estado ahí, formando parte de una de las zonas con peor fortuna de nuestra ciudad, que ya es decir.
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