Hubo un tiempo, en este país, cuando el autoritarismo y la caridad sustituían a la libertad y a la justicia social o, dicho de otra forma, la voluntad del poderoso y la benevolencia del pudiente tomaban el lugar del más elemental de los derechos de cualquier ciudadano, poder vivir con un mínimo de libertad y dignidad según su capacidad y esfuerzo.
Fueron años plomizos, oscuros, ominosos, en blanco y negro, años de desesperanza en los que solo la biología podía alumbrar alguna esperanza de cambio pues, el transcurrir del tiempo, es algo que ni siquiera una férrea y sanguinaria dictadura fascista puede detener.
El tiempo se cobró su inevitable tributo y el cambio llegó, los opresivos muros de la dictadura se resquebrajaron y fueron derruidos, se disolvieron los nubarrones que oscurecían el cielo y el aire puro, oxigenado y fresco, entró a raudales. De pronto, la película en blanco y negro de la vida de millones de ciudadanos se trocó en technicolor, por fin había fundados motivos para la esperanza y la anhelada democracia alumbró un nuevo tiempo. Lo nuevo sustituyo a lo caduco, lo sano a lo podrido.
Y así sucedió. Con el recuerdo de la larga noche vivida y bajo la alargada sombra del reciente pasado, el acuerdo fue posible y el acuerdo llegó. Cedieron, cedimos, acordamos y, con entusiasmo y sin mirar al pasado, iniciamos un nuevo camino acorde con los cánones de la Europa civilizada. Suárez, Felipe, Aznar, Zapatero, Rajoy, luces y sombras, errores y aciertos, al cabo, normalidad. Si, mucho tiempo, un largo viaje, un viaje que nos ha traído hasta aquí.
Hoy, de nuevo hay nubarrones, pues el tiempo sigue jugando su papel. Cierto, no hay dictadura; cierto, hay democracia, pero igualmente cierto, de nuevo la desigualdad crece y la caridad sustituye a los derechos. En el socialismo han aparecido llagas purulentas, algunos, los menos, pero no por ello menos importante, doloroso, insoportable y escandaloso, han aprovechado, con engaño y alevosía, en nombre de los ideales a los cuales decían servir, para medrar al tiempo que han manchado, con su ignominia, el buen nombre de miles y miles de mujeres y hombres que a lo único que siempre han aspirado es a ver realizados sus ideales de igualdad y justicia social.
La derecha por su parte ha ido, como siempre, a lo suyo, volviendo por sus fueros, cierto que con formas democráticas -no en balde los ciudadanos le han otorgado una mayoría absoluta a pesar de la inocultable corrupción de sus cúpulas dirigentes- pero, en cuanto ha podido ha retomado lo que está en su naturaleza, su querencia de siempre, su inevitable tendencia al darwinismo social. Si, la desigualdad crece a ojos vista, la caridad suplanta a los derechos, el autoritarismo sustituye al debate. Los viejos recuerdos se agitan en el inconsciente colectivo mientras las nuevas generaciones sienten que les es arrebatado el futuro. El cambio se hace de nuevo necesario pues, lo que en su día fue acuerdo e ilusión hoy, ya caduco, ha devenido en corsé que impide el cambio que los nuevos tiempos demandan.
Lo viejo debe apartarse, ceder el puesto a nuevos bríos, a nuevas ilusiones, a nuevas ideas. Las nuevas generaciones deben tomar las riendas políticas pues son ellas las que deben forjar su destino, tomarlo en sus manos para que la vida de sus conciudadanos no decaiga otra vez película monocolor, dominada de nuevo por el reglamentismo y la benevolencia de los poderosos que, guardando formalmente los usos democráticos, buscan asegurarse ogaño los privilegios y prebendas de antaño.
Llegado es el momento en que la izquierda, de cuya mano llegó la universalización de la enseñanza, la sanidad y las pensiones, levante de nuevo sus banderas, derribe sus muros mentales, aparque sus diferencias, se abra a los ciudadanos, tome el pulso real de la sociedad, ampute de su seno la podredumbre y sea, como en su momento fue, un motivo de esperanza para todos aquellos que creen, más allá de retóricas huecas y rimbombantes, en la libertad e igualdad intrínseca a la condición humana.
Nada nuevo hay bajo el sol salvo aquello que hemos olvidado. Hora es de recordarlo y, cuando de nuevo depositemos el voto en la urna, pensemos en las consecuencias que trae la papeleta elegida, pues, tomando prestadas palabras de Paulo Coelho: Para que todo vaya mejor, es necesario que sepas lo que quieres.
Juan M. Roldán