Hace algo más de un mes, antes de que las procesiones se suspendieran definitivamente, me encontré la guía de la Semana Santa de Lucena de 2018 fuera de su lugar habitual. Al abrirla, me encontré con que mi hija –no podía haber sido otra persona– había cubierto algunas fotos con tiritas de Bob Esponja y Hello Kitty. Me fijé que, curiosamente, no había ninguna colocada en las fotografías de las dolorosas, sino solamente en los Cristos; así que me detuve en cada tirita y descubrí que ella las había colocado sobre las heridas de las manos, los pies o el costado. Me conmovió que una niña de cinco años –aunque creo que las pondría con menos edad– quisiera curar o aliviar las heridas de Jesús con unos apósitos de Bob Esponja, pues ella sabía que con una tirita cualquier rasguño o rastro de sangre en la piel se eliminaba.
Ojalá conserváramos en la adultez ese modo sencillo de ver las cosas, la ingenuidad para solventar los problemas, la confianza en las decisiones de los padres, el amor por vivirlo todo como nuevo, colocar una tirita para curarlo todo. No solo por lo que todo nos parecerá insólito cuando el coronavirus pase, sino siempre. Ya lo dijo Jesús, y queda reflejado en los Evangelios: de los que son como niños es el Reino de los Cielos.
Manuel Guerrero Cabrera