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A finales de agosto me desayunó la noticia sobre el alarmante crecimiento del hambre y, por ende, de la pobreza, hasta superar el 17% en España entre los niños, no pude evitar el pensamiento de que un número mayor de pequeños del deseado, que es cero, no habrá probado bocado y que comerá una vez al día. A lo que se suma el dato de que han estado asistiendo a clase, no solamente sin bocadillo, sino también sin material escolar; porque hemos de deducir que la familia tiene que elegir entre aprender oportunamente en la escuela o comer toda la familia si no otras necesidades, como la luz.
El curso que ahora comienza tiene visos de ofrecer a pequeños que irán hambrientos a aprender, y será literalmente: con hambre en la escuela y, además, sin cuadernos o sin lo que se necesite para su formación. ¿Cómo llevar a cabo, sin suficiente energía y con el estómago reclamando la atención, lo que escribía Gabriel Celaya?
Educar es lo mismo
que poner motor a una barca
hay que medir, pesar, equilibrar
y poner todo en marcha.
Se necesitará más del «kilo y medio de paciencia concentrada» que sugiere el poeta. La crisis afectará a su crecimiento físico e intelectual, recalando en el estado de ánimo, al percibir que sus padres o sus mayores no están bien
Los críos no podrán comprender qué significa «crisis» del mismo modo que un adulto, pero sí les perturbará.
Es probable que más de uno aprenda antes de tiempo, lo que escribió Mario Benedetti:
En el futuro cada vez más jíbaro
No figuran feriados ni esperanzas
Menos aún llegan explicaciones
De por qué cómo dónde cuándo
El borde lejos ya está cerca
El borde cerca es un despeñadero
Hay que aprender a sentir vértigo
Como si fuese sed o hambre.
No parece alentador este inicio de curso, pero, volviendo a las palabras de Gabriel Celaya,
es consolador soñar
mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño
irá muy lejos por el agua.
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Manuel Guerrero Cabrera
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