Duro, muy duro es el tormento que están viviendo los duques de Palma. Mucho han cambiado las cosas para ellos desde que estalló el caso Noos, esa extraña oenegé, y su derivado Aizoon, en donde ambos han sido protagonistas judiciales por tanta ambición. Llevan dos años sufriendo este "calvario" y ya no pueden más. Por eso decidieron poner en venta su palacete de Pedralbes y trasladarse a Suiza, lejos de la legión mediática que los vigilaba a todas horas en Cataluña.
Y se fueron a Ginebra, una ciudad muy segura, en donde han alquilado una modesto piso de 6.000 euros mensuales y han escolarizado a sus cuatro hijos en excelentes liceos a razón de 20.000 euros el curso de cada uno de sus retoños. No es problema. Allí les acompañan su fiel servicio doméstico y un equipo de seguridad que les protege permanentemente por cuenta del erario público español. Además, doña Cristina se ocupa en la Caixa y la fundación Aga Khan percibiendo unos ingresos que bordean los 600.000 euros anuales. Su amante esposo no tiene trabajo de momento.
Pero están dolidos. Aunque la presión mediática ha bajado, los duques y su amplia familia están sufriendo mucho por causa de esa mala fama inmerecida que se les está dando. Añoran Barcelona, sueñan con Madrid y, sobre todo, Palma, su ciudad ducal, en donde tantos años pasaron luminosos veranos de yates y regatas. Por eso, en Semana Santa, han tenido que hacer una escapada para aliviar sus pesares.
Con gran discreción marcharon a Italia. No ha sido un viaje de placer, sino una especie de "retiro espiritual" para recargar pilas y volver a la lucha. No en vano en los próximos días tendrán que afrontar la fianza de 2,6 millones impuesta por el juez Castro, cuyo plazo ya ha vencido sin haberla pagado hasta ahora por ...¿insolvencia?
En la Toscana han estado todos disfrutando en un lujoso hotel cuya minuta por 3 noches ronda los 1.200 euros/persona. El Viernes Santo esta pareja ejemplar celebró una cena familiar en un restaurante-estrella Michelín famoso por su selecta gastronomía. Fue un ágape austero, protocristiano. No pidieron ni un solo plato de carne, pues la Iglesia ese día la prohibe y ellos son creyentes y practicantes. Así que el menú estuvo compuesto por sopa florentina, anchoas del mar de Liguria, espaguetis con espárragos trigueros y queso parmesano, pastel con corazón de queso de oveja, risotto de manzanas y aroma Bergamota, pan de hojaldre y vino de Chianti. Cena de catacumba.
Pero siguen dolidos. España no ha sabido valorar los grandes servicios que los borbones nos han prestado. A pesar de los millones que en Valencia y Palma se les entregaban a cambio de nada. A pesar del extraño montaje de su bufete de abogados presentando a una infanta diplomada en amnesia, que firmaba por amor. A pesar de la inexplicable defensa desplegada por un fiscal no acusador, ellos siguen dolidos y allí, en Suiza, se sienten maltratados por su amada España, a la que tanto dieron.
Por eso, hay que comprender al menos este extraño viacrucis de los duques. La próxima estación quizás será a primeros de Mayo, para la Fiesta del Trabajo, porque ellos están exhaustos de tanto sufrir por España. Todo por España. Qué ingratos somos.
Y se fueron a Ginebra, una ciudad muy segura, en donde han alquilado una modesto piso de 6.000 euros mensuales y han escolarizado a sus cuatro hijos en excelentes liceos a razón de 20.000 euros el curso de cada uno de sus retoños. No es problema. Allí les acompañan su fiel servicio doméstico y un equipo de seguridad que les protege permanentemente por cuenta del erario público español. Además, doña Cristina se ocupa en la Caixa y la fundación Aga Khan percibiendo unos ingresos que bordean los 600.000 euros anuales. Su amante esposo no tiene trabajo de momento.
Pero están dolidos. Aunque la presión mediática ha bajado, los duques y su amplia familia están sufriendo mucho por causa de esa mala fama inmerecida que se les está dando. Añoran Barcelona, sueñan con Madrid y, sobre todo, Palma, su ciudad ducal, en donde tantos años pasaron luminosos veranos de yates y regatas. Por eso, en Semana Santa, han tenido que hacer una escapada para aliviar sus pesares.
Con gran discreción marcharon a Italia. No ha sido un viaje de placer, sino una especie de "retiro espiritual" para recargar pilas y volver a la lucha. No en vano en los próximos días tendrán que afrontar la fianza de 2,6 millones impuesta por el juez Castro, cuyo plazo ya ha vencido sin haberla pagado hasta ahora por ...¿insolvencia?
En la Toscana han estado todos disfrutando en un lujoso hotel cuya minuta por 3 noches ronda los 1.200 euros/persona. El Viernes Santo esta pareja ejemplar celebró una cena familiar en un restaurante-estrella Michelín famoso por su selecta gastronomía. Fue un ágape austero, protocristiano. No pidieron ni un solo plato de carne, pues la Iglesia ese día la prohibe y ellos son creyentes y practicantes. Así que el menú estuvo compuesto por sopa florentina, anchoas del mar de Liguria, espaguetis con espárragos trigueros y queso parmesano, pastel con corazón de queso de oveja, risotto de manzanas y aroma Bergamota, pan de hojaldre y vino de Chianti. Cena de catacumba.
Pero siguen dolidos. España no ha sabido valorar los grandes servicios que los borbones nos han prestado. A pesar de los millones que en Valencia y Palma se les entregaban a cambio de nada. A pesar del extraño montaje de su bufete de abogados presentando a una infanta diplomada en amnesia, que firmaba por amor. A pesar de la inexplicable defensa desplegada por un fiscal no acusador, ellos siguen dolidos y allí, en Suiza, se sienten maltratados por su amada España, a la que tanto dieron.
Por eso, hay que comprender al menos este extraño viacrucis de los duques. La próxima estación quizás será a primeros de Mayo, para la Fiesta del Trabajo, porque ellos están exhaustos de tanto sufrir por España. Todo por España. Qué ingratos somos.
Puede leer otros artículos de Alfonso Jiménez en este enlace: http://alfonjimenez.blogspot.com.es/