El puzzle de José Moreno Millán

27 de Mayo de 2016

Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un «cross» a la mandíbula.

ROBERTO ARLT

 

            José Moreno Millán (Cabra, 1980) sintió que era el momento. Después de recibir ánimos de parte de sus amistades, después de creer posible que sus escritos lo merecían y después de que una de sus obras fuera elegida en el Concurso de Microrrelatos «Pluma, tinta y papel» y de que otra lograra el IX Premio «Saigón» de microrrelato, este joven egabrense reunió sus textos y los organizó de tal manera que surgió El puzle (Uno editorial, 2016). Porque El puzle es una colección de relatos sobre la vida, una combinación bien ejecutada y mejor resuelta que, lejos de rompernos la cabeza, nos ofrece la alegría y el dolor de la vida, del amor y de la muerte en prosa amena y llena de sugerencias. En el prólogo que firma el autor lo confiesa:

            La felicidad está en las cosas sencillas de la vida. Por eso, estas páginas se impregnan de la cotidianeidad de la familia, de la amistad, del amor, de un viaje o de un café en compañía.

            En efecto, el autor nos informa de los motivos y temática de cada pieza, aunque el acierto de la narrativa de Moreno Millán estriba en la narración del instante; de tal suerte que quien lee siente que le han sacudido y comprende que se le ha asestado un buen golpe de efecto literario, todo un «cross» a la mandíbula del lector. Esta narración del instante ofrece sus mejores ejemplos en los dedicados a Madrid y al amor; evidentemente, sin tener en cuenta la obviedad de que los relatos dedicados a Madrid son una muestra de amor a esta ciudad:

            Desde hacía más de siete años se había convertido en la protagonista de su historia. La que le hacía suspirar. Con quien anhelaba estar tras haberse ausentado varias horas. Para él, ella era imprescindible. Por eso, no entendían que, de pronto, la hubiese abandonado

(«Ella»)

            Madrid es un lugar lleno de impresiones, una sugerencia forjada en la vida de su gente, en los instantes que vivan las personas que imaginan sus calles:

            Dicen que desde lejos se puede ver cómo una nube de contaminación la envuelve. 
            Yo creo que esa nube no es polución. Está hecha de sueños, de risas en la calle, de olor a bocadillo de calamares, de castañas asadas, de tierra en las zapatillas.

(«Madrid»)

            Madrid puede ser simplemente los instantes que se quedan en la retina, mientras se pasea por ella:

            Unos hermanos, reacios, a adecuarse al presente, comparten un litro de cerveza junto a la calzada. Un poeta urbano regala sus versos a los viandantes que, borrachos de indiferencia, se detienen para curiosear ante el escaparate de ese establecimiento casi centenario. Turistas distraídos compran imanes para la nevera y pandillas de jóvenes planean sus sueños de fin de semana.

(«Gran Vía»)

            ¿Acaso no es el amor a la ciudad un trasunto del amor a una persona, en este caso, a una chica? ¿No causan similares sensaciones los instantes de vida de la Gran Vía a los de la amada?

            Ella ya no estaba y, en su adiós, dinamitó el recuerdo de la partida de trivial, del mensaje inicial, de la primera Coca Cola, del primer troyano, del Vídeo de Navidad, de la felicitación de Fin de Año.

(«La chica de los martes»)

            ¿Acaso no es similar la desilusión de un amor perdido que la inutilidad de la luz de las estrellas?

            Una estrella fugaz iluminó el cielo. Pero él no la vio.

(«La chica de los martes»)

 

            Como en todo ejercicio narrativo, el dominio del tiempo es esencial. Moreno Millán lo refleja cuando escribe sobre la amistad o sobre la literatura. Sobre este último motivo, ofrece propuestas muy logradas, una de ellas reconocida con el Premio «Saigón» de Microrrelato, «Seis palabras» que es todo un homenaje a Don Quijote de la Mancha y al ejercicio literario. En este grupo, incluimos  el acertado «Tercer acto».

            De repente, las luces del teatro parpadearon un instante. Y entonces, su pesadilla volvió a hacerse realidad. Su compañera de reparto ya no estaba. Había desaparecido una vez más. […] Los focos fueron atenuándose, el poco público de la sala mascullaba que ese resultado era de esperar.

(«Tercer acto»)

            El volumen acaba con «Los otros», un ejercicio ontológico que resulta ser un acertado epílogo a este puzle en el que el autor encaja las piezas de sí mismo. Probablemente, con este texto final Moreno Millán nos esté mostrando con mayor claridad la materia de cada uno de sus relatos: la fugacidad del tiempo. El tiempo que pasa y que no vuelve más, el tiempo que se divide en instantes, sueños y desilusiones, que recoge para escribir su obra, su literatura, con la que nos lanza un «cross» que difícilmente podremos evitar, porque es lo que encontramos en nuestra vida diaria.

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