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En 1977 Ingmar Bergman dirigió una película titulada El huevo de la serpiente, una metáfora sobre la venenosa serpiente fascista que destruyo, a partir de 1920, el sistema democrático alemán produciendo como resultado el nazismo.
En España la serpiente fascista, cuidada y alimentada por la dictadura franquista, fue decapitada con el advenimiento de la democracia en 1977, pero no antes de que tuviera tiempo de depositar sus huevos que, protegidos por los nostálgicos de la dictadura reconvertidos en demócratas de conveniencia, ya han sido incubados y empiezan a eclosionar.
Es verdad que durante la incubación de esos huevos es posible ver al animalito desarrollándose a través de la cáscara transparente del huevo con apariencia de bichito insignificante y hasta simpático. Pero no nos engañemos ese simpático animalito devendrá en venenosa serpiente que, de dejarla prosperar, emponzoñara con su veneno todo aquello que alcance a tocar.
Por eso los que califican como chiquilladas la exhibición, por parte de algunos miembros de las nuevas generaciones del PP, de símbolos y actitudes fascistas, no comprenden -o tal vez lo esperan como resultado de sus desvelos- que esos simpáticos jovencitos, aprendices de político, son en realidad un gran peligro para la democracia.
En cualquier país europeo, desvastado en su día por las hordas hitlerianas, la simple exhibición de un símbolo fascista es considerada un delito de la máxima gravedad. Sin embargo aquí hay quien les ríe la gracia y disculpa su actitud, bien por ignorancia bien a sabiendas, incubando con el calor de su comprensión los huevos de la serpiente.
La transición hizo posible la democracia pero tal vez ha llegado el momento de acabar definitivamente con la serpiente aplastando, mediante el sistema legal, sus huevos allí donde se encuentren y proceder a una verdadera transición que, de una vez por todas, nos asimile en nuestros comportamientos democráticos a las democracias que en su momento derrotaron a la barbarie fascista.
Juan M. Roldán
