El 20-N y la izquierda: contra el Reino de los Absolutos

07 de Noviembre de 2011
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Si de una carrera de caballos se tratara las próximas elecciones ya tendrían un caballo ganador. Así lo anuncian las encuestas y el ánimo popular. Bien es sabido que cuando el Real Madrid juega contra el Osasuna el partido pierde su gracia y las audiencias caen. A lo más que se prestan los presagios es a augurar una dulce derrota del PSOE o una amarga victoria del PP, es decir una victoria electoral sin mayorías parlamentarias absolutas. Sin embargo el resultado final va a estar muy determinado por lo que pase durante la campaña electoral y por la capacidad de movilización electoral que logre la izquierda y la desmovilización que, en la izquierda, logre la derecha. Mi empeño es claro: animar la movilización electoral. Para ello daré unos cuantos argumentos.

1.- Que la izquierda no vote supone asumir la estrategia de la derecha. El gran beneficiario de una escasa participación electoral es el Partido Popular. Su electorado ya está movilizado: tanto el acérrimo y militante como aquel que votando retrospectivamente, es decir castigando la gestión política del gobierno saliente, va a votarles. No ocurre lo mismo en la izquierda. Una parte importante de su composición electoral está cabizbaja, incrédula, reflexiva y dubitativa. Hay motivos para ello. El PSOE ha sacrificado la política social en el altar de la economía e IU carece de recursos ideológicos, discursivos y materiales suficientes para posicionarse como una fuerza política suficiente. Sin embargo no acudir a votar supone asumir la estrategia de la derecha. Desde hace tiempo se ha instalado en su discurso, como un marchamo hipócrita y tenaz, la crítica social hacia las políticas del gobierno socialista. Con lo cual no están movilizando a su electorado sino desmovilizando a una izquierda desconcertada. Parte de la estrategia popular se encuentra en hacer perder votos al PSOE no en atraerlos para sí mismos.

2.-La no participación de la izquierda supondrá la mayoría absoluta del PP. En España la mayoría absoluta parlamentaria se gana con poca participación electoral. Al respecto sólo hay una excepción: las elecciones de 1982, las cuales han sido las elecciones generales con mayor participación en la historia de la democracia española (un 80%) y supusieron la mayoría absoluta parlamentaria del PSOE. Pero en los demás casos la regla se confirma. Las elecciones de 1986, 1989 y 2000 dieron por resultado unas mayorías absolutas parlamentarias y la participación electoral fue del 70’4% en 1986, del 69’9% en 1989 y del 68’7% en 2000. Es decir las mayorías absolutas parlamentarias se han ganado con un porcentaje de votos emitidos ¡10 puntos porcentuales menor! que las elecciones generales con más participación. En definitiva, en España ha sido más fácil obtener el control absoluto del Congreso de los Diputados cuando menos ciudadanos han ido a votar. Se ha de recordar que la mayoría absoluta parlamentaria no significa obtener la mayoría absoluta de los votos. En España ningún partido ha sido capaz de obtener la mayoría absoluta de los votos. El partido que más se ha acercado al 51% de los votos ha sido el PSOE con un 48’4% de los votos en 1982 con lo cual obtuvo el 58% de los escaños en el Congreso de los Diputados. En el año 2000 el PP obtuvo la mayoría absoluta parlamentaria (52% de los escaños) con un 44’5% de los votos. Es decir, en España se viene otorgando el control absoluto del Congreso de los Diputados cuando menos se vota y con un número de votos que no significa una mayoría absoluta del total de votos emitidos. De no movilizarse el voto de la izquierda y no incrementarse la participación electoral es probable una mayoría absoluta del PP.

3.- El mejor escenario: un PSOE no aplastado con una izquierda transformadora relevante. Casi un imposible pero sí un ideal. La izquierda transformadora, con IU a la cabeza, carece de la capacidad para ser una alternativa posible al PSOE. Sin embargo una mayoría socialista dependiente de los votos de IU significaría un gobierno de izquierdas amplio y con una tendencia o tentación centrista o derechista menos probable. Ambas izquierdas se reforzarían.

4.- El escenario “menos malo”: evitar el Reino de los Absolutos. Casi posible y deseable. Según el estudio preelectoral del Centro de Investigaciones Sociológicas la diferencia en la estimación de voto al PP y al PSOE es de 15 puntos porcentuales a favor de aquel, lo que supondría una diferencia de 70 escaños en el Congreso de los Diputados. La diferencia es abismal. Pero existe un amplio segmento de los encuestados que no tienen aun decidido su voto pero tienen intención de votar (un 30%) y una porción de posibles votantes no desdeñable (un 15%). Es ingenuo pensar que todos los ciudadanos que quizá voten y los votantes indecisos terminen votando a la izquierda pero no lo es pensar que ahí reside un caladero de votos principalmente de izquierdas y al que el PP conviene tenerlo reticente y desconfiado de su propia izquierda.

5.- El peor de los escenarios: el Reino de los Absolutos. Casi posible pero aborrecible. Una Mayoría Absoluta Parlamentaria supondría una concentración de poder en el sistema político español sin precedentes y peligrosa. En España tendríamos el Reino de los Absolutos pues el PP no sólo tendría la mayoría absoluta en las cámaras de representación nacional sino que coincidiría con un control de la práctica totalidad de las Comunidades Autónomas y las ciudades de mayor población. De esta manera la oposición quedaría sin ninguna capacidad de negociación o ubicar su proyecto político. Rebajado previsiblemente el fervor de la victoria y ante una poca probable recuperación económica y un probable empeoramiento de la situación social el Reino de los Absolutos se encontrará con un puñado de promesas ajadas, parecidas a aquellas del pleno empleo realizadas por Zapatero allá en 2004.

Conclusión En primer lugar, la izquierda no puede por indecisión o indeterminación actuar de la manera que más conviene a los intereses de la derecha. En segundo lugar, las mayorías absolutas parlamentarias son injustas e inmerecidas pues suponen un poder político real no apoyado en un número real suficiente de votantes. En tercer lugar, en la búsqueda del mejor escenario posiblemente logremos el “menos malo” de los escenarios. Y aun así merecerá la pena haber votado.

Javier Vega Gómez es Licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración por la Universidad Complutense de Madrid.
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