Quizás porque este año mi hermano es santero de la Esperanza, he estado releyendo distintos números de la revista Columna de Esperanza, que edita la Cofradía de la Columna. Entre todos los números, creo que es imprescindible que cualquier persona que sienta cariño por Lucena tenga en su casa el número que se publicó en 1998 con motivo del 75º aniversario de dicha cofradía, en la que aparecen casi todas las cuadrillas desde 1973 a 1998.
No es necesario haber sido santero o que un familiar lo haya sido de alguno de los dos pasos, tampoco es preciso esperar un compendio de la historia de los titulares en este número; el valor está en que las santerías de cada año están acompañadas de fotografías de los dos pasos por las calles de Lucena, una Lucena que visiblemente va cambiando en sus edificios, en la calzada, en el público, a medida que avanza el tiempo. Como en la canción de Luis Eduardo Aute, «nada queda en ese trozo de papel, todo es alquimia»; instantes que muestran cómo en cuestión de uno o dos años desaparece el empedrado de las calles y es sustituido por asfalto; fotografías que muestran cómo las casas solariegas, burguesas o encaladas van dejando paso a estructuras, a obras, que luego serán pisos o viviendas con el ladrillo a la vista. En ellas encuentro la casa en la que he crecido: aparece tanto la casa con la pintura perdida que se derribó como la moderna que la sustituyó. También aparece la casa de mis abuelos, en la calle de El Peso, que permanece igual, pero en la que cambian quienes se asoman a los balcones, porque están fotografiados tanto mis familiares como quienes residían antes de que ellos llegasen a vivir allí, a mediados de los ochenta. Con esto quiero decir que, como yo, cualquiera puede encontrarse en estas páginas sin estar presente, porque formamos parte de toda esa historia que no hacen quienes se dedican a la política, que no revisan los cronistas, que no escriben quienes son historiadores o historiadoras; el cambio de la sociedad y de las calles que expresan las fotografías.
Y, sin embargo, persistente, contra la fiera voluntad de los años de destruirlo todo, el Amarrado a la Columna, que parece haberse aferrado también al tiempo, su trono e, incluso, sus santeros. Y es que he aquí una de las virtudes de la santería del tiempo de la Columna, que parece la de siempre, que parece eterna, pero todo cambia, todo lo que hay alrededor del Señor, pero Él y su santería permanecen.
¡Suerte, Rubén!