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Por tu sangre derramada redimiste al mundo y a mí pecador, amén.
Así puede empezar esta breve reseña del Besapiés al Crucificado que ya en su Buena Muerte y tras derramar hasta la última gota de su Sangre mantiene la "s" doliente en su imponente figura.
En la tarde de su anual besapiés este monumental Crucificado de allende los mares, presentó una significativa novedad que sin lugar a dudas dio más prestancia a este piadoso acto. Por primera vez, si me equivoco espero que me rectifiquen, la imagen del Señor aparecía erguido y no tumbado como venía siendo habitual año tras año, creando una sensación de plenitud al entrar por las puertas de Santo Domingo y ver al Santísimo Cristo de la Sangre erguirse en su arbórea cruz a los píes del presbiterio con María en su Mayor Dolor esperando a que su cuerpo sea descendido, tras despojarlo de la corona de espinas, que sostiene en sus manos para aliviar, si cabe, el sufrimiento de su Hijo.
Sin lugar a dudas el acierto de la corporación del Jueves Santo ha sido mayúsculo al presentar la imagen del Crucificado erguida, exaltada, porque el Triunfo de Cristo en la Cruz es Nuestra Salvación.
Seis blandones con cera roja escoltaban al Señor, así como diferentes piezas de candelería con cera roja repartidas por el conjunto del altar y, rodeando a la Santísima Virgen, piezas de candelería con cera blanca. El píe de la cruz se adornaba con iris morados y por el altar se repartían varias jarras con clavel rojo así como alhelíes blancos que daban aroma a María.
Jesús Ruiz Jiménez "Gitanito"