Desde el Monte Carmelo de Lucena y partiendo de una Nochebuena recreada en la Plaza de la Barrera, Calle Rute, Camino Viejo y la Primera Cruz, Pedro del Espino Gómez declamó un pregón histórico y contemporáneo, cofrade y santero, de Fe y escapularios. La melancolía y la paciencia del Cristo de la Humildad convivieron con María "el mejor camino para llegar hasta Jesús" en sus advocaciones del Carmen, Dolores, Araceli y Soledad.
Un aplauso vehemente y absoluto de más de treinta segundos coronó el fragmento de su intervención que más retumbó en el templo. El pregonero, como era preceptivo, resaltó que la Virgen de los Dolores –por segundo año consecutivo- y ese Jesús pensativo en la frialdad del mármol del Pretorio "no salen a la ciudad". En su ardoroso alegato, exclamó que "el santero de Lucena si es santero de verdad y amante de tradiciones no debería tolerar que queden en las iglesias tronos sin procesionar". De igual forma, elogió de esta costumbre lucentina "la buena amistad, los grupos en armonía, el disfrute" y, por encima de todo, "su razón fundamental, saber que sobre los hombros dos ricos tesoros van, los Dolores de María y el Cristo de la Humildad".
A las ocho de la tarde, José María del Espino Gómez, presentó "a su hermano en la tierra", una persona que le ha dispensado "una ayuda constante, compañía y cariño". A lo largo de su intervención, le agradeció "haber estado presente" en todos los momentos de su vida y le atribuyó valores como el compromiso, la generosidad, la inteligencia, la sensatez y sus principios cristianos. Por último, evocó las labores de Pedro del Espino en diferentes hermandades, por ejemplo fue hermano mayor de la Cofradía de la Virgen de Araceli, y debajo del timbre de la Patrona de Lucena en un traslado y de la Soledad.
El discurso central empezó venerando a María puesto que se convirtió "en el primer sagrario del Cuerpo de Cristo", justo debajo "de la gloriosa y dulce flor del Carmelo", un lugar que es signo de "belleza y fertilidad".
Pedro del Espino Gómez se retrotrajo a su época de catequista de confirmación para manifestar que las parroquias las componen las personas y solicitar unión en la Iglesia para quererla, respetarla e integrarla. Por ello, pidió a los miembros de la junta de gobierno de la Archicofradía del Carmen que difundan y representen "el testimonio de Dios".
Desde el "rostro amable" de Nuestro Padre Jesús en su Entrada en su Jerusalén, se trasladó al Preso que desde el Carmen se dirigió al hogar de las Hermanas Clarisas y finalmente al convento franciscano de la Madre de Dios. "Ahora allí viste el distintivo trinitario de Medinaceli, y cada Lunes Santo, cuando pasea por los alrededores del Coso recuerda sus orígenes y pide a su hermandad que algún día lo traiga al menos de visita a su primera casa".
Los pensamientos melancólicos que experimentó el Nazareno hace dos mil años los renovó Pedro del Espino en los sintecho, las madres sin recursos para preparar la comida, los alcohólicos, los enfermos y las mujeres maltratadas. Del mismo modo, entre reflexiones de humildad, relató "las huidas del horror de familias enteras de Siria y otros países en guerra de Oriente y África, niños y mayores mueren y llaman a las puertas de las fronteras de países desarrollados siendo rechazados por guardias con perros y armas". Y lamentó que "nosotros mismos damos respuestas fáciles al dolor y sufrimiento de nuestros semejantes". Antes de terminar, se congratuló de haberse aproximado en los últimos meses "al amor de dos advocaciones marianas como la Virgen de los Dolores y Nuestra Señora del Carmen".