La Iglesia católica y el mundo entero lloran la pérdida del Papa Francisco, fallecido en el día de hoy en Roma a los 88 años. El primer Pontífice latinoamericano, conocido por su estilo cercano, su compromiso con los más desfavorecidos y su constante llamada a la esperanza, deja una profunda huella también en Lucena, ciudad con la que mantuvo un entrañable vínculo espiritual durante más de una década.
El recuerdo imborrable de sus llamadas telefónicas a las Madres Carmelitas Descalzas de Lucena, los parabienes enviados al pueblo lucentino a través de ellas o su bendición de la imagen de San Juan Pablo II, forman parte ya del legado afectivo que el Papa Francisco deja en nuestra ciudad, que un día incluso soñó con recibir su visita.
El 1 de enero de 2014, en un gesto de cercanía que dio la vuelta al mundo, el Papa Francisco dejó un simpático y entrañable mensaje en el contestador del convento de las Madres Carmelitas Descalzas de Lucena: "Hola, ¿qué están haciendo estas monjas que no pueden atender? Soy el Papa Francisco, las quería saludar en este fin de año, veré si más tarde las puedo llamar, que Dios las bendiga", decía con tono jovial el obispo de Roma.
No fue un gesto aislado. Aquella llamada —repetida ese mismo día por la tarde, cuando finalmente pudo hablar durante quince minutos con la comunidad de religiosas— marcó el inicio de una relación aún más fluida entre el Santo Padre y las monjas lucentinas, afincadas en la Avenida de Santa Teresa. Una conexión que trasciende las fronteras y unió sentimentalmente al Vaticano con nuestra ciudad a través del cenobio carmelita, también desaparecido hace unos meses.
UN VÍNCULO FORJADO EN ARGENTINA
La relación entre Francisco y las religiosas argentinas comenzó mucho antes de su elección como Papa. Según narraba entonces Sor Adriana de Jesús Resucitado, priora del convento, "todo empezó cuando él era arzobispo de Buenos Aires". Ya entonces, Jorge Mario Bergoglio solía llamar a las monjas para pedir oraciones y mostrar interés por la comunidad, aunque, como explicaba Sor Adriana, "nunca hubo un trato directo y personal".
La historia cobró un tinte entrañable cuando, años después, siendo ya Pontífice, retomó el contacto desde la silla de Pedro, confirmando que, pese a la distancia y la carga de su cargo, sus monjitas argentinas de Lucena seguían presentes en su corazón.
Las llamadas se repitieron en varias ocasiones, como en agosto de 2014 y en enero de 2016, cuando volvió a marcar el número del convento carmelita. Incluso en estas llamadas más recientes, el Papa tuvo que enfrentarse de nuevo al contestador automático, dejando su voz grabada con un tono familiar y cercano antes de insistir hasta lograr hablar con las religiosas.
"Fundamentalmente, les pidió que recen por la unidad de los cristianos y de las familias, y que vivan la austeridad y la pobreza", explicaba el entonces párroco de San Mateo, David Aguilera.

RECUERDOS, BENDICIONES... Y UNA ESCULTURA
La relación entre Francisco y Lucena no se limitó al contacto telefónico. En 2015, el Papa bendijo en el Vaticano la imagen de San Juan Pablo II creada por el artista lucentino Francisco Javier López del Espino para la cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Durante esa audiencia, el Santo Padre no perdió la ocasión de enviar saludos a las Madres Carmelitas a través de una pareja lucentina que formaba parte de la delegación de la cofradía nazarena desplazada a Roma, reiterando el afecto que guardaba por la comunidad.
En el marco de su proyectada visita a España en 2015, el Ayuntamiento de Lucena incluso cursó una invitación formal al Papa para que visitase la ciudad. Aunque la Secretaría de Estado del Vaticano respondió que no sería posible, Francisco agradeció el gesto en una misiva donde enviaba su "especial bendición apostólica" a todos los lucentinos, encomendándolos "al amparo de la Virgen de Araceli".
Hoy, más de una década después del primer contacto con estas monjas de clausura, la relación entre el Papa Francisco y Lucena sigue viva. En cada saludo, en cada llamada inesperada, en cada bendición compartida, se reflejaba el rostro más humano y pastoral del Pontífice. Como decía Sor Adriana, “es el mismo de siempre, cercano, alegre y lleno de esperanza”.
Lucena, desde su pequeño lugar en el centro de Andalucía, mantendrá siempre en la memoria a un Papa que puso a nuestra ciudad en el mapa internacional con sus entrañables llamadas a "sus monjas", reflejo de su sencillez y cercanía.