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Hace unas semanas teníamos noticia del probable retorno del Cristo de la Pasión a Luque. Pérdida dolorosa para muchos lucentinos, pero absolutamente justa para los luqueños, que ven recuperada una pieza importante de su Patrimonio Histórico. Al respecto de esta talla cristífera, las más de las veces se ha hecho alusión a ella bien por las curiosas circunstancias en que llegó a nuestra ciudad y que le otorgan el cariñoso apelativo de Derribo; bien por sus valores santeros; pero escasamente se han mencionado sus valores artísticos, que incluso se le han llegado a negar. En mi opinión, la talla no ha sido lo suficientemente valorada por tratarse de una escultura que pertenece a unas coordenadas estilísticas bien distintas a las que la escultura andaluza barroca o neobarroca nos tiene acostumbrados. Creo que ni su caprichosa barba abocetada ni su expresión idealizada han sido bien entendidas, por inusuales en nuestra escultura, lo que ha impedido justipreciar la talla. Aunque su autoría es discutida, es más que probable que la gubia de un escultor académico, habituado a trabajar con el estuco y la piedra, esté detrás del Nazareno. Quién sabe si este anónimo escultor no es otro que Jean-Michel Verdiguier, escultor francés que en el último tercio del siglo XVIII pululaba por Córdoba, Granada y Jaén y que precisamente en la década de 1770 trabaja en el Hospital del Nazareno de Luque, de donde procede la talla. Se trate o no de una obra de Verdiguier, lo cierto es que una mirada a la escultura dieciochesca puede darnos las claves para leer la singularidad del Nazareno de Pasión.
Por aquellos años se producía en Andalucía, como en el resto del país, un interesante debate entre la modernidad que querían introducir en el arte español las academias, las esferas ilustradas y la propia Monarquía, y la resistencia ofrecida por las diferentes escuelas regionales. Se trataba, en resumidas cuentas, de la implantación forzosa del clasicismo versus la resistencia del barroco. De esta guerra salieron victoriosos, a base de decretazo, los primeros. Sin embargo, este interesante debate no estuvo exento de contradicciones, tan propias de los movimientos artísticos.
Desde las academias, los escultores, además de defender un lenguaje alternativo, criticaban el empleo de la madera para imágenes y retablos, excusándose en el riesgo de incendio que generaban. Proponían en su lugar el uso de otros materiales, como el bronce o el mármol, ignífugos y de mayor nobleza. Entenderá el lector que se trataba, en realidad, de la intención encubierta de adaptarse a la moda europea.
Pero una cosa era la teoría, y otra la práctica
Las circunstancias económicas y el gusto de la clientela también llevaron a estos escultores tildados, muy a la ligera, de neoclásicos a realizar imágenes de vestir en madera policromada, tan representativas de la tradición barroca que abiertamente criticaban y de la que intentaban despegarse. Lo cierto es que esculturas como este Nazareno o el que talló el escultor catalán Jaime Folch para Restábal (Granada, desaparecido) son bien ilustrativas de esta contradicción, cuyo mejor fruto es el empleo de un lenguaje europeizante en una imagen policromada a la española. No me cabe duda de que la marcha de este rara avis del Lunes Santo supondrá una pérdida para el patrimonio escultórico lucentino, pérdida que solo el tiempo será capaz de calibrar.
De ocurrir el triste desenlace, queda también la incógnita: ¿qué imagen llenaría ese vacío el Lunes Santo? Lógicamente, son varias las propuestas a barajar y estoy seguro de que la Cofradía de Pasión, a través de su cabildo de hermanos, sopesará los pros y contras de cada una de ellas. Desde luego, bien podría sustituirlo el primitivo Nazareno de Pasión, hoy en oratorio particular fuera de nuestra ciudad. Sin embargo, como lucentino amante de su patrimonio y sus tradiciones, me sumo a otra propuesta, también defendida por Luisfernando Palma en estas mismas páginas: estamos ante una ocasión excepcional para reconsiderar la vuelta a nuestra Semana Santa del espléndido Cristo a la Columna de los franciscanos, que antaño perteneció a la «Gran Cofradía de Pasión».
La escultura forma parte de la selecta nómina de tesoros de nuestro patrimonio artístico, no ya lucentino, sino andaluz. Aunque todavía se encuentre huérfana de autoría, es obra claramente salida de algún taller granadino, a finales del siglo XVII o principios del siglo XVIII. A falta de un documento que ponga nombre a su autor, es arriesgado lanzar una atribución, máxime si tenemos en cuenta que todavía sabemos relativamente poco de la escultura granadina del momento, encabezada por el gran José de Mora pero llenada por la obra de otros tantos escultores seguidores de su estilo.
La recuperación de este Cristo supondría un engrandecimiento no sólo del Lunes Santo, sino también de toda nuestra Semana Santa, que, como pocas, se enorgullece de poner cada año en las calles de Lucena imágenes de Pedro de Mena y Pedro Roldán. De la Cofradía de Pasión y su compromiso con el patrimonio depende que esta ilusión se convierta en una realidad.
Manuel García Luque
Universidad de Granada
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