El 7 de febrero de 1930, el diario ABC en su edición andaluza abría la página 19 con el titular «Juan de Mesa, autor de la imagen de Jesús del Gran Poder». Bastaron doce palabras para derribar el mito que emparentaba la talla con más devoción de la ciudad de Sevilla con el alcalaíno Juan Martínez Montañés, considerado uno de los puntales del Barroco español y dotado de la capacidad de insuflar espiritualidad en sus realizaciones, mérito que lo llevó a ser conocido como el Dios de la madera. La atribución a Montañés se sostenía en la creencia de que todas las grandes imágenes de las cofradías sevillanas habían salido de su taller. En cambio, un jovencísimo alumno de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Sevilla, Heliodoro Sánchez Corbacho, inmerso en trabajos de investigación en el Archivo de Protocolos Notariales de la ciudad, encontró una vieja y casi desintegrada carta de pagos en la que la hermandad del Traspaso entregaba al cordobés Juan de Mesa la cantidad de 2000 reales en concepto de la hechura de un Jesús Nazareno y un San Juan Evangelista. Con gesto pícaro, Heliodoro posaba para las cámaras del periódico. Poco a poco, fueron cayendo otras atribuciones a Martínez Montañés a golpe de documentos similares. Pasaron a engrosar el catálogo de Mesa los crucificados del Amor, cuyo contrato fue publicado por Celestino López Martínez en 1930, y de la Buena Muerte, documentado en 1983 tras un accidente sufrido durante un traslado procesional en el que el papel que desvelaba el nombre de su artífice quedó expuesto al desprenderse la cabeza del cuerpo. Se demostraba así que la Historia, y la de las cofradías no es excepción, se construye a veces sobre los pilares inestables de la tradición.
Cada primer viernes de marzo, el goteo de fieles hasta los Frailes es constante, en una costumbre que, aunque relativamente reciente, nos resulta ancestral. Jesús de Medinaceli, advocación tan emparentada con el pueblo de Lucena, recaló en la iglesia de la Madre de Dios procedente del convento de Santa Clara, donde sus cuadrilleros la depositaron después de haber formado parte de la archicofradía del Carmen, junto a la que había procesionado con el nombre de Jesús Preso. A la sombra del prodigioso Señor de la Humildad, su devoción se extiende con su nueva denominación y regresa a las calles de Lucena, primero en el fin de semana más cercano a su fiesta principal y, más tarde, el Lunes Santo. De su etapa como titular del Carmen, Manuel García Luque publicó que, siendo hermano mayor Jerónimo Gil Guerrero, se decide «renovar» la efigie ya existente «para que sea mano de un artífize de mucho primor», como se recoge en acuerdo de cabildo de 24 de abril de 1672. Efectivamente, en un momento hasta ahora indeterminado, se encargaría la imagen que, a la muerte de su cuadrillero Bartolomé Curado Hurtado en 1764, se convierte en objeto de disputa entre sus herederos y la archicofradía. Aunque queda implícito el deseo de ambas partes de que Jesús Preso siga procesionando, lo cierto es que el pleito trata de esclarecer quién es el dueño legítimo de la obra. Tanto la hermandad como el primogénito del difunto se esmeran en aportar pruebas que avalen la propiedad.
Durante el proceso de restauración al que ha sido justamente sometido Nuestro Padre Jesús de Medinaceli por parte de Manuel Espejo Mármol y Miguel Ángel Sánchez Jiménez, el día 15 de diciembre de 2024 se producía el feliz hallazgo de dos documentos que resurgen para desempolvar las aristas de la historia material de una talla que, por fin, recuperados sus valores formales, parece decidida a hablar. El primero de los documentos que, como desvelan los restauradores, se encontraba encajado en el interior de la mascarilla, revela que Jesús Preso había sido gubiado en 1713 a devoción de doña Francisca Rosalía Curado por el artista granadino Diego de Ramos y que, casi un siglo más tarde, era Francisco Curado y Fajardo quien contrataba con el lucentino Andrés Cordón, firmante del escrito, una reforma fechada a 17 de marzo de 1804. Sobre este documento, Espejo y Sánchez encontraron otro más escueto que avalaba la autoría, el año y la devota mecenas que costeó la escultura.
Es posible establecer un paralelismo entre el binomio Montañés-Mesa y, como se infiere de los últimos descubrimientos, Muñoz de Toro-Cordón. Pedro Muñoz de Toro y Borrego, hijo que vino al mundo el 31 de agosto de 1793 fruto de la unión entre Pedro Muñoz de Toro y Catalina de Borrego, va a sentirse desde pequeño atraído por las armas y por las artes. Precisamente el uso de las primeras, que tomó como patriota en la defensa de España contra los invasores napoleónicos en la Guerra de la Independencia, va a dejarlo herido e impedido, de modo que se centrará en el dibujo y en la escultura. Al autor de la alegoría de la Santa Fe para el paso estrenado en 1844, del misterio de la Crucifixión, apodado como Los sayones de Pérez o el Barrenillas, y del Cristo del Mayor Dolor, actualmente de la Humillación, podemos aproximarnos gracias al cronista de Lucena Luisfernando Palma Robles, que perfiló su biografía en el libro publicado con motivo del aniversario de su muerte, de la que se cumplieron 150 años en 2020. Como hermano de la archicofradía del Carmen, en la que desempeña el cargo de tesorero y hermano mayor, remodela las imágenes de la Pollinita, en 1827, y Jesús Preso, el Medinaceli, actuación puntual que le valió para hacerse con la autoría del primero hasta que pudo ser adjudicado al antequerano Diego Márquez Vega, y del segundo hasta el presente. Totalmente inmerso en el universo cultural lucentino, debió ser un personaje popular y conocido, encontrándose con la presencia de Nuestra Madre de Araceli y del Señor de las Espigas, que inspiró al Jesús Nazareno de la parroquia del Carmen, el 21 de noviembre de 1872. La cercanía del tiempo en que vivió Muñoz de Toro al nuestro y a los años en que la historiografía cofrade de nuestra localidad comienza a tomar forma borraron, sin duda, la huella de un artista técnicamente diestro y estilísticamente emparentado con los más notables imagineros de la Escuela granadina barroca: Andrés Cordón.
Andrés Cordón García, estudiado en la profundidad que ofrece un páramo documental por Palma Robles, nace en Lucena el 22 de abril de 1764. Sus padres, Andrés Cordón y Arjona y María García, procedían de la localidad granadina de Montefrío y se instalaron en nuestro pueblo en la calle Mesón Grande. Después de trasladar su domicilio a la Hoya del Molino, acabaron asentándose en una casa de la calle Alhama, en el número 8. Aquí viviría el matrimonio junto a sus siete hijos, de los que Josefa y Andrés fueron, sin duda, los preferidos. La primera, por encargarse del cuidado de la familia; el segundo, probablemente, por continuar en el domicilio paterno al encontrar en la soltería su modo de vida, situación que le permitió profundizar en su gusto por la naturaleza y por la escultura, tanto en madera como en terracota. Cordón realiza las imágenes del Resucitado para la archicofradía de Jesús Nazareno, que hasta 2023 ha presidido la capilla del cementerio de Nuestra Señora de Araceli, y la Oración en el Huerto y la Virgen del Despedimiento, ambas para la cofradía de Pasión y veneradas, en el primero de los casos, en San Pedro Mártir y, en el segundo, en un domicilio particular. Según Tenllado y Mangas, Cordón reforma la Sagrada Cena y el Nazareno de la Pasión. Asimismo, intervino en el San Rafael del hospital de San Juan de Dios, al que acudimos para recibir las rosquillas de pan en torno a su fiesta, y en la hechura del cuerpo del Santísimo Cristo del Amor, convirtiendo el busto en un Nazareno en 1808, circunstancia bien documentada a través de la propia obra, en cuya restauración, efectuada por Salvador Guzmán Moral, emergió, como una cápsula del tiempo, el relato de su procedencia y devenir y el contexto de aquella guerra que hizo a Muñoz de Toro olvidar las armas. Finalmente, Cordón modela con sumo gusto y delicadeza algunos grupos escultóricos de la Pasión de Cristo, en posesión de la comunidad de religiosas carmelitas descalzas hasta su triste salida de Lucena en 2024. Con el deseo de vestir el hábito de franciscano descalzo a su muerte, Cordón se despide de la vida y de su tierra en 1817.
Con respecto a Diego de Ramos, López Salamanca lo localiza en un padrón de 1718 con cuarenta años, soltero y residiendo en el domicilio del pintor Juan de Zúñiga, en la calle Ancha. En 1713, Diego de Ramos había realizado, como investigó Sánchez Arjona, la representación vestidera de Nuestra Señora del Rosario para el convento de San Pedro Mártir, hoy venerada en su retablo de la nave del evangelio de la parroquia de Santo Domingo. La policromía corrió a cargo de Leonardo Ambrosio de Aguilar, pintor que encarnó la dolorosa de Nuestra Señora de la Pasión y Ánimas, a la que los mismos responsables de las labores sobre la talla que nos ocupa devolvieron su esplendor el pasado año. En 1715, Ramos contrata la ejecución del misterio de la Cena y, para el mismo convento franciscano, traza el retablo de la Inmaculada Concepción y elabora su imaginería. Se viven años de efervescencia artística en Lucena, en los que los encargos se multiplican y en los que nuestro pueblo se alza como uno de los principales focos del Barroco.
La restauradores encargados de continuar la encomiable labor de la cofradía de Pasión, centrada en poner a punto su patrimonio para situar a la corporación en el lugar que siempre ocupó, han sacado a la luz la policromía de Muñoz de Toro aplicada, eso sí, sobre un modelado que adelanta en más de un siglo la creación de la imagen y que pone en la palestra a sus más discretos colegas, Diego de Ramos y Andrés Cordón. En el momento en que los cofrades descontamos los días para la llegada de una nueva Cuaresma, la imagen de Nuestro Padre Jesús de Medinaceli, como heraldo de lo que está por llegar, retorna recuperando la impronta con la que muchos lo conocimos al templo que lo acogió y que ahora es el suyo y, en su regreso, nos concede el regalo de su autoría y nos encomienda el trabajo de rescatar y difundir el nombre de los artistas que el tiempo y los hombres han escondido y que estos mismos deben situar en su justo lugar.
Antonio Ruiz Granados. Historiador del Arte
BIBLIOGRAFÍA
GARCÍA LUQUE, Manuel: “A propósito de un agente de Pedro de Mena en Lucena: El pintor Bernabé Ximénez de Illescas”, en Boletín de Arte nº 32-33, Departamento de Historia del Arte, Universidad de Málaga, 2011-2012, págs. 281-309.
LÓPEZ SALAMANCA, Francisco, Notas para la Historia de las cofradías lucentinas, Lucena, 2022.
PALMA ROBLES, Luisfernando, Pedro Muñoz de Toro y el drama pasionista lucentino, Lucena, 2022.
PALMA ROBLES, Luisfernando: “Nombres propios en la religiosidad tradicional lucentina durante la Guerra de la Independencia: Domingo María de Tapia, Andrés Cordón Montilla y Andrés Cortón García”, en Crónica de Córdoba y sus pueblos nº 18 (2012), págs. 69-92.