El ente negruzco de la Cuaresma sigue avanzando, como la razón de ser sombría de la expresión “caravaggiesca”. La Cuaresma es un telón de sombras que antecede al crisol de luces festivo que es la Semana Santa, con sus momentos, sus estrenos, sus vivencias, sus caricias. Así, cada vez el “`Perdón” tiene acordes menos lastimeros, es más grito que sollozo, y pronto, los sollozos aquejados callarán para que hable la lágrima, la emoción hecha nostalgia.
En las alhacenas de cada cofradía, ese otro telón, hora morado, hora carmesí, deja paso a los arreos puramente procesionales. La plata renace entre algodones blancos de la sombra que diariamente había vencido. El candelabro, semanas atrás estático y sin visos de viveza, estira sus perfectas extremidades labradas y toma aire antes de ser sometido a la anhelada tortura de la tuerca, del tornillo, del apretón que lo descuaja como un instrumento que se afina y que nuevo parece.
Se desmantelarán las alcancías que no son más que un joyero seguro y nervioso, que da cobijo a la razón de ser de muchos. Tarde a tarde, por otro lado, los flecos barruntan si habrá o no llegado el momento de lucirse, de mecerse como solo ellos saben. Avanza la Cuaresma, imparable, fortísima, arrebatadora, con sus sueños de siempre, con los anhelos de todos, y entonces, cuando se desperecen canastos y parihuelas, todo empezará a acabarse.
Ayer, presignándonos al alzar su diestra, cañón de luz y de Fe, Jesús lo precipitó todo, haciendo sentir que en su devocional domingo es cuando ciertamente se inician los días grandes en Lucena, y no el Domingo de Ramos.
Ayer, alzando su diestra, Jesús cortó la madeja que sostiene los días del gozo: ahora ya es Semana Santa. El Domingo de Pasión, el Domingo de Jesús, el Domingo de Lucena: ahora todo comienza. Todo comienza porque ante Jesús, todo el mundo se emociona: el aracelitano, el columnero, el hermano de la Soledad y el nieto de un cofrade de la Sangre. Jesús es de todos, Jesús es Lucena.
Y Jesús es Lucena porque toda Lucena va a verlo, la abuela, el nieto, el que cree, el que no cree, el cofrade, el santero, el que se acerca, el que se alejó, el que es de Lucena y el que no. Van todos y están hasta los que ya no están, como hechos un hálito de Fe intangible.
Entendí, una vez más, que tendré Fe mientras camine hacia ti y piense en los míos, estremeciéndose mi pulso, temblando mi corazón y susurrándome hacia dentro que ahora todo comienza.