Jardines del ánima confecciona una breve recolecta de mis cantos juveniles, esos pasos que todos hemos dado y que nos esculpieron en las personas que somos ahora. Todos ellos aunados bajo la íntima seña de una pretensión de lírica a medias.
Los poemas se intitulan con nombres de flores y plantas, pues estamos en un jardín, pero este crece en el interior del poeta y, por lo tanto, predomina el sentimiento. Es decir, el tipo de «flor» sugiere la emoción que predomina en el texto. Por ejemplo, «Brezo de catacumba» inspira la oscuridad, la soledad y parte del insomnio.
Insomnio, insomnio, diezmado en ti, insomnio.
La noche es una tundra enlutada,
una poza de alacranes y arbustos cenizos
sostenida en el vestigio de un incesto de sombra.
Con este fragmento, podemos intuir que la fuerza de estos poemas estriba en el uso de la imagen, en general diversa y atrevida. Cárdenas García también sabe utilizarla de manera total en el texto, como en «Poema fúngico», en el que, a riesgo de parecer algo inescrutables, los versos emplean un mismo motivo con el fin de imprimir fuerza (recuerden que es un poema «fúngico», así que los motivos son micológicos, es decir, sobre los hongos):
Mi micelio enmarrañado lluvia y niebla exige,
parásito, libertino, solitario, ávido
del mundo cual jardín sin tapia ni frontera,
autoesculpiéndose nudos de lenga en su cerca.
Como puede deducirse, Cárdenas García no es un poeta de línea clara, no solamente por dar preferencia a este tipo de metáforas («todo le debo al ave magna que rescatara / de la tanta espina mi historia lastimada»), sino especialmente por el uso continuo de hipérbatos, que se vuelve característico del estilo del poeta en este libro:
De perseverante lluvia muchos meses acontecieron («Nenúfares tintos»).
[…] cuando a sentir comienzan las de oscuridad damas («Don Diego de noche»).
Gatillo aprietan, a vivir regreso
distante de los abrazos sesgados («Buenahierba»).
No obstante, y creo necesario una aclaración, también hay imágenes menos complejas y en las que no se emplea el hipérbaton: «Ejerzo una memorable rima de enredadera».
Jardines del ánima, como dije en el comienzo, es la primera obra de Francisco Javier Cárdenas García, un poeta joven, que aún tiene mucho que ofrecernos, que ha decidido dar este primer paso con una poesía distinta, más personal y menos sujeta a tendencias actuales, con el gran logro de que en sus páginas hallamos nítido su estilo y su voz.
De todos los poemas, mi favorito es «Ocaso» que cierra el libro. Su primera estrofa, que reproduzco aquí, nos dice mucho de la buena poesía que podemos esperar de él en el futuro:
Atardece.
Dorada, la marea del Guadalquivir
pareciera haber ocultado el sol al mundo,
hacia la faldas de las serranías lejanas.
Ven, querido desconocido, aquí tienes un sitio junto al mío.
Me gustaría confesarte algo, puedo pasar horas aquí
cantando al silencio y a mi soledad incomprendida,
me estremezco de su horizonte este fluir imparable
y acabo terminando por cuestionarlo todo.
¿No te has preguntado nunca, por ejemplo,
de qué letal forma tu célula capital expirará?
¿Qué viaje a tu corazón en su recuerdo arderá?
¿O qué otras flores y jardines en ti y en mí nacerán?