Una lectura aracelitana

05 de Mayo de 2012
Una lectura aracelitana
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Con las Fiestas Aracelitanas, no sólo podemos disfrutar de la feria, la ofrenda y de la procesión de nuestra Madre por las calles, en lo que tiempo nos haya permitido; sino también vivirlas desde lo reflexivo, con el pregón y la oración. En este último ámbito –por llamarlo de alguna manera– también podemos acercarnos a la literatura aracelitana y recordar algunos versos de El genio de Aras, una extensa composición poética de Miguel Álvarez de Sotomayor y Abarca.
 
Sigo los estudios de don Antonio Cruz Casado (principalmente, la edición de Efectos del amor propio, 1994), a fin de trazar una breve biografía para conocer a este lucentino nacido en 1767. Por un lado, se dedica al ejército de la marina, donde fue Teniente de Fragata de la Real Armada en 1795, Capitán de navío retirado en 1827 (así se le define en un documento de apoyo a la creación de nuevas parroquias en Lucena) y, en el momento de su muerte (1839), Teniente de Navío, cargo con el que se jubiló; por otro lado, de su faceta artística destaca la poesía y, fundamentalmente, la poesía religiosa dedicada a la Virgen de Araceli. Como curiosidad, en relación con su preocupación artística, don Antonio Cruz Casado comenta que «se sabe que él personalmente se encarga de dorar el retablo de la iglesia de las Carmelitas Descalzas», citándose un documento de la época en el que se indica que «era “persona muy principal del pueblo que lo doró todo de su mano sin interés ninguno”».
 
Centrándonos en El genio de Aras, se trata de un extenso poema, escrito en versos endecasílabos y rima asonante en los pares, de gran religiosidad aracelitana con un intenso afán de mostrar la veracidad y exactitud de los datos sobre la Virgen de Araceli y sus milagros. Junto al texto poético, se incluyen unas anotaciones que complementan el contenido de los versos. Este poema comienza con una invocación a los ángeles, tras lo que el autor se presenta en el poema delante de las tres cruces y, de repente, se le aparece un genio que cuenta cómo se construyó el santuario y da relación de los milagros que la Virgen ha realizado en Lucena y otras ciudades.
 
Por último, reproduzco aquí uno de los milagros, que aparece en esta obra de Miguel Álvarez de Sotomayor y Abarca, quien nos anota que sucedió el primer domingo de mayo de 1703 al impedido Francisco de Mérida, cuyas muletas se colocaron en el templo como prueba del prodigio:
 
Gemía un lucentino, casi inmóvil,
interrumpido el uso de ambas piernas,
con solo el movimiento expuesto y tardo
que le daba la acción de dos muletas;
sabiendo un día que en aquel siguiente
salía en procesión el Ara excelsa
a media noche, de la fe ayudado,
subió el camino de la santa sierra.
A expensas de trabajos y fatigas
hasta la cruz llegó, donde comienza
del santo templo de la augusta casa
la escarpada y feliz florida senda.
Allí paró, pues para más distancia
su triste situación se halló si fuerzas;
de cansancio agotado allí se postra
y el celestial consuelo allí lo espera.
Cuando miró que por las altas cimas
en devoto tropel, piadosas muestras,
en los hombros gozosos de sus hijos
bajaba de la gracia el Ara bella,
pronuncia entonces con piadoso esfuerzo
fervorosos acentos con que ruega
a la madre de todas las piedades
que algún alivio a su mal conceda.
Con asombro indecible y de repente
recobra la salud, su fe acrecienta,
arroja las muletas, corre ansioso,
con diligente esfuerzo se maneja.
Lleno de compunción y de ternura
veloz transita la empinada cuesta
y con espanto de portento tanto
hasta las andas de la imagen llega,
donde con él, el plácido concurso
magnifican la gracia tan inmensa
del Ara de los cielos milagrosa
que portentos tan grandes manifiesta.
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Manuel Guerrero Cabrera
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