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Esta mañana me he encontrado con una señora, una gran señora diría yo. A pesar de su aspecto magnífico estaba triste, muy triste, profundamente abatida y he sentido pena por ella. Con cautela, me he acercado a preguntarle el motivo de su desconsuelo; temí que me llamara indiscreta, por el contrario amablemente me ha mirado, me ha sonreído levemente y me ha confesado con envidiable serenidad:
- Cada día me siento más sola; hoy me han vuelto a echar a la calle. No tengo lugar fijo pero me instalo en muchos sitios y, en bastantes, soy aceptada y querida. Con frecuencia esos lugares pertenecen a gente grande y sencilla a la vez. Por el contrario mucha gente mediocre, que no mala, me rechaza.
- Te voy a pedir un gran favor, le dije: Que seas mi amiga y que hagas acto de presencia en los momentos precisos. Eres muy agradable y bonita siempre que seas auténtica, la falsedad se nota y te afea mucho.
Perdona, pero me he olvidado preguntarte como te llamas.
La señora me responde temerosa de que no me vaya a gustar su nombre.
- Me llamo MODESTIA.
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