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Así en el futbol como en la política, hágase nuestra voluntad. Éste hubiera sido un buen título para este artículo. De uno y de la otra se hará lo que nosotros queramos que se haga. Tanto los ciudadanos como los aficionados tenemos una gran responsabilidad ante las dos esferas.
Entre el futbol y la política existen concomitancias, algunas ennoblecen otras degradan pero todas nos proponen interesantes perspectivas sobre cómo afrontamos la esfera pública y nuestra convivencia.
Proceso de civilización.
Tanto el deporte como el parlamentarismo nos han civilizado. Obtengo esta tesis de la sugerente obra Deporte y Ocio en el proceso de civilización de N. Elias y E. Dunning (Fondo de Cultura Económica, 1992). En el deporte institucionalizado hay una dinámica pacificadora similar a la que se encuentra en la política institucionalizada del parlamentarismo. El parlamentarismo supone el traspaso pacífico de las funciones de gobierno desde un grupo político a otro. Así lo veremos el próximo 21 de diciembre cuando Rajoy sea previsiblemente investido como presidente y se le otorguen civilizadamente las riendas del gobierno. La sensibilidad pacificadora que implica este proceso se reproduce en el deporte institucionalizado en el mismo momento en que los contendientes se someten a una regulación común que limita sus acciones y libertad de juego. No es de extrañar que acudamos a la frase fair play para describir la esencia de un juego de contendientes deportistas pues el proceso de civilización que se reproduce tanto en el deporte como en el parlamentarismo sucede simultáneamente en la Inglaterra del Siglo XVIII. El espíritu civilizador que poseen la política y el deporte debe primar para evitar una degeneración que sustituya la lógica pacificadora por otra lógica vehemente.
Bipartidismo.
Tanto en la liga como en las elecciones se ha reducido el pluralismo. El R. Madrid y el F.C. Barcelona tienen la capacidad exclusiva de ser vencedores de las grandes competiciones nacionales al igual que el PP y el PSOE son los únicos vencedores probables de las elecciones generales. En ambos casos actúa una suerte de distribución bimodal que reparte todos los recursos económicos y mediáticos.
Ejércitos simbólicos.
Con ironía Vázquez Montalbán reconocía en el F.C. Barcelona al ejército desarmado simbólico de Cataluña. Con posterioridad matizaría su opinión pero en esencia nos permite contrastar a los culés de los merengues si acudimos al batiburrillo nacionalista. Recientemente un amigo me aseguraba que harto de banderas españolas en las celebraciones madridistas, por convicciones ideológicas renegaba de su identidad madridista y, créanme, lo hacía con todo el dolor de su corazón. Tampoco hay que pasarse me contestó cuando le propuse que se pasará al F.C. Barcelona.
La proyección catártica de las ideologías colectivas no es ajena al deporte, sin embargo no es generalizable la relación identidad nacional con afinidades futbolísticas. Así como tampoco lo es la relación izquierda-derecha y los equipos de futbol. Ni si quiera si acudimos a las directivas de los equipos se puede asumir una adscripción ideológica clara a largo plazo. De todo hay en la viña de los dos equipos. En el R. Madrid hay presidentes tan izquierdistas como Rafael Sánchez Guerra que fue candidato por la coalición republicano socialista el 14 de abril de 1931 como derechistas en el F.C. Barcelona que estuvo regido por la derecha franquista desde 1939 hasta el final del franquismo. Incluso el inveterado catalanismo del F.C. Barcelona que algunos reconocen palidece al comprobar que de sus diez primeros presidentes dos fueron ingleses, dos alemanes y uno sueco.
La lógica inclusión-exclusión o contigo no bicho.
Para visionar un R. Madrid-F.C. Barcelona los amigos se distribuyen ocupando salas de estar y barras de bares poniéndose a disposición una liturgia de piscolabis y espumosas/os. En nuestro caso pronto ha aparecido la lógica inclusión-exclusión o contigo no bicho al agruparnos por el color de nuestras camisetas. Merengues con merengues, culés con culés y si procede después nos vemos. A toda costa se trata de evitar el bochorno de mezclar alegrías con penas bajo un mismo techo.
En realidad el grupo se refuerza ante sí expulsando a los ajenos y los lazos se estrechan si la crítica al adversario no obtiene más respuesta que el confortable silencio que desprende su ausencia. He aquí la lógica del contubernio.
Conclusión
Tanto el deporte como la política reciben una importante atención en nuestra vida constituyendo dos propiedades básicas de nuestras sociedades. A partir del futbol y las contiendas políticas construimos rituales colectivos de ineludible valor social. Por ello nada de lo que ocurra en ambas esferas nos es ajeno. Siendo el mismo individuo el que integra al aficionado o al ciudadano no es de extrañar que existan concomitancias. Será de la calidad humana de la que dependa la calidad del ciudadano y la del aficionado y será, por tanto, el individuo, y solamente él, quien evite la vehemencia, la reducción del pluralismo, la imputación irresponsable de cualidades al contrincante y la exclusión.
Javier Vega Gómez es licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración por la Universidad Complutense de Madrid.
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