Nuestros hermanos saharauis

25 de Diciembre de 2011
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Frente a la eterna disyuntiva entre ideología de izquierdas o de derechas, siempre he preferido apostar por el sentido común y la justicia. Ahora que, desafortunadamente, se utilizan términos como deuda interior, exterior, pública o privada, o incluso la prima de riesgo, al hablar de la economía española, quiero recordar una deuda moral que contrajo España hace muchos años y que todavía no ha satisfecho.

En los primeros días de este mes de diciembre, una nutrida expedición de españoles se marchó a Tinduf para conocer la realidad de los saharauis que viven exiliados en un trozo de tierra que Argelia les presta. Las condiciones que allí soportan estas personas son infrahumanas. El nombre que se le asignó a este territorio no es aleatorio, puesto que Tinduf significa “vete al diablo”, y así se reconoce la precariedad de ese lugar.

Los saharauis sobreviven únicamente a base de solidaridad. Cada mes reciben un saco de legumbres, otro de arroz y otro de aceite que les envía la ONU, y con ello tienen que subsistir durante treinta largos días. Por lo demás, tan sólo perciben lo que asociaciones pro-saharahuis, muchas de ellas españolas, recaudan y les transmiten.

A pesar de no tener ni un simple juguete, la sonrisa no desaparece de los niños que allí viven, los cuales se inventan cada día nuevos juegos para distraerse. Sus madres le hacen compañía y los padres se entrenan cada día para formar un ejército que pudiera dañar a Marruecos, posibilidad bastante irreal. A los campamentos que han formado en Tinduf, los han bautizado con los mismos nombres de sus originarias ciudades en el Sáhara, que hoy ocupan los marroquíes y a las cuales siempre mantienen la esperanza de regresar.

El lazo de unión más fuerte que sigue vinculando al Sáhara y a España, aparte de las adherencias históricas, es el viaje que muchos niños saharauis emprenden cada verano hacia nuestro país. Conocen un mundo nuevo para ellos, el paraíso. Sin duda, es un período esencial para estas mentes inocentes. También lo es para las familias que los acogen, nadie se arrepiente de esta obra de caridad. Desgraciadamente, luego han de regresar a su tienda de campaña y a resistir con una garrafa de agua al mes.

La pasividad de los diferentes gobiernos españoles en relación a este asunto es indignante. Desde que el veintiséis de febrero del año 1976, España abandonó a los saharauis, todo han sido engaños y falsas promesas. Connivencia con Marruecos y venta de armas –la última en 2008- al régimen de Mohamed VI.

Comprendo que la fortaleza de España en la política internacional es limitada y que hacerle oposición a Marruecos sería muy arriesgado. Sin embargo, exijo algún tipo de presión hacia el reino alauí y más cooperación de las administraciones españolas con aquel pueblo hermano. Desde el poder se pueden promover infinidad de iniciativas para paliar la situación de los saharauis. La inactividad que se practica con el suroeste de África tendría que causar vergüenza en el PP y en el PSOE tras sus largos años en Moncloa. Y, pese a todo, los saharauis siguen amándonos a los españoles.

Manuel González García
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