Ya sé que ha pasado un mes. O casi. Ya sé que llego algo tarde, aunque, en verdad, este es mi propósito, alejarme de los defensores y detractores que hay alrededor de la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre. En efecto, algo así como «ir y quedarse y con quedar partirse», pero menos entrañable. Ya el año pasado observé que aparecieron varios artículos en algunos medios en defensa de lo tradicional de Halloween en la cultura española y este año también, pero con una vuelta de tuerca. Los del año pasado se centraban en el origen celta, lo que no es incorrecto, y cerraban –algunos– aludiendo a la necedad de los detractores de esta fiesta que no aceptaban este hecho de que, siendo celta, era español… Este año los artículos –siempre en medios digitales, fáciles de difundir por redes sociales– se han centrado en que es una fiesta cristiana, adaptada de una pagana –algunos se retrotraían a los prerromanos–, bautizada como «Día de Todos los Santos»; es decir, que asimilaban e igualaban Halloween con el Día de Todos los Santos; lo que, en verdad, no es del todo incorrecto. Sin embargo, hay un error de base en todos ellos, que tantos unos, los que se empecinaban en el origen celta, como otros, los obstinados en que el cristianismo lo digirió, obvian: el paso del tiempo.
El año que comencé a estudiar en la universidad, allá por 1997, no había disfraces, Halloween ni nada que se le parezca en Lucena; pero tres o cuatro años después sí. Curiosamente, compartido este dato con amistades de Priego, Cabra o Rute, me indican lo mismo; no así en Córdoba que, si bien no lo celebró la juventud que abandonaba la adolescencia, que vino y se fue dulcemente, como en el poema de Aleixandre; sí lo hicieron los que inmediatamente le siguieron. Yo estudié en Córdoba y en el año 2000, aparte del falso efecto, existieron fiestas de Halloween, que poco a poco se fueron quedando para pubs, discotecas, los colegios y la Escuela de Idiomas, difusores todos de un carnaval de otoño, antes que de costumbres celtas y cristianas. Como decía, en el 97 no había Halloween, mis padres tampoco lo conocieron sino muy recientemente y mi abuela no conoció otro disfraz que los que te impone la vida; así que ni en los últimos años de Primo de Rivera ni en la II República, que ignoro si tuvo un afán pagano con la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre, había Halloween… Pero he de matizar, para no caer en el error de los artículos que cuestiono, que la clase social de mi abuela no tenía tiempo para estas cosas.
¿Por qué el paso del tiempo? Halloween es algo puramente reciente y moderno, sin continuidad y sin tradición en la cultura española. Pudo tener origen celta, pudo haberse adaptado a las costumbres cristianas, pudo haber un mínimo reducto de locura por esta celebración en alguna parte de España durante siglos, pero lo que hoy se hace, lo que hoy entendemos por Halloween es estrictamente una herencia de la influencia cultural y capital de Norteamérica, a la que han contribuido los centros comerciales con su aparato logístico de publicidad para animar las compras entre el comienzo de las rebajas y la Navidad. Ni los celtas ni los Papas que abogaron por el Día de Todos los Santos realizaron lo del truco o trato, algo a lo que la sociedad actual sí lo ha hecho. Así que, por favor, a los autores de estos artículos les animo a que el año que viene cuestionen la «religiosidad» y «tradición» de Halloween, cuyo dios actual no es otro que el dinero y la debilidad del ser humano por evadirse abandonándose a la fiesta.
Por último, desde hace dos años, a finales de noviembre, para animar las ventas alicaídas con la crisis, nos han traído el viernes negro 'Black Friday', del que seguro dirán que ya se mencionaban en los cantares épicos medievales. Sí, lo han traído, ¿de dónde? ¿Qué será lo próximo?