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Tenía 45 años y un nombre agradecido: Amparo. Y un marido, seis hijos y dos nietos con los que convivía en su modesto piso social de Carabanchel. Pero Amparo carecía de otros recursos y, con la crisis, se había atrasado varios meses en el pago del alquiler.
El lunes pasado le llegó una carta oficial de la Empresa Municipal de la Vivienda declarando "improrrogable su contrato de alquiler y advirtiéndole del desalojo para el próximo día 21 de octubre".
Amparo no pudo más. La cabeza le estallaba, se tomó dos potentes analgésicos y se fue a la cama diciendo: dejadme tranquila a ver si se me pasa esta locura de fiebre.
Su noche fue un infierno. De madrugada, se levantó, se encerró en el baño y allí ingirió el tubo completo. Al amanecer, se la encontraron inconsciente y lívida. Llamaron al Samur que rápidamente la condujo a Urgencias, pero iba muerta. Se había suicidado.
Dice la Plataforma Antidesahucios que Amparo y su marido habían intentado en varias ocasiones ponerse al día en su deuda de 975 euros, pero la Empresa Municipal no le daba facilidades porque lo que pretende es vender los pisos en bloque a fondos inmobiliarios.
Qué injusticia más terrible. La Empresa Municipal de la Vivienda no da recortes sino tajos sangrantes. Hay dinero para que el Ayuntamiento madrileño despilfarre millones de euros en promocionar los Juegos 2020; y para fletar un avión cargado de invitados rumbo a Argentina; y para reservar un hotel de 5 estrellas con 300 habitaciones para políticos y prensa; y para devorar 180 kilos de jabón ibérico en una fiesta anunciada. Lo de Amparo no estaba previsto.
¿En qué se ocupan esos políticos? ¿Pretenden los gobernantes madrileños organizar los JJ.OO. y no saben solventar un problema social que podría ser resuelto renegociando 975 euros? ¿No es esto una afrenta imperdonable en un momento en el que se anuncia que el Senado gastará 350.000 euros en pinganillos para las sesiones de 2014?
La PAH dice que esto no ha sido un suicidio sino un asesinato. Muy dura esa frase. Pero lo que sí es cierto es que, a veces, una vida se puede cortar sin machetes ni pistolas. Puede bastar una ley o una ordenanza demasiado injusta. ¿O no?
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