Hay momentos en la historia en los que se producen cambios de tal calado en un periodo tan corto, que el mundo que se había conocido durante decenios, durante siglos, da un vuelco y se convierte en un lugar nuevo, distinto, en el que operan otras formas de actuar, otros modos de vida, otros mecanismos, otras lógicas, otros principios. Llamamos a estos momentos: Revolución.
Una de las más famosas de estas revoluciones que han tenido lugar en nuestra historia reciente ha sido la revolución industrial. De una Antigüedad y una Edad Media en la que los oficios se caracterizaban por su carácter artesanal o manual, pasamos a otra en la que, gracias al descubrimiento de la máquina de vapor, gran parte de esas actividades que, desde hacía siglos, solo podían realizarse a mano, pasarnos a mecanizarse. A partir de entonces, nada fue igual que antes, el mundo conocido hasta entonces había dado paso hacía una nueva realidad: la era de las máquinas.
A medida que esas máquinas se fueron desarrollando y los procesos, perfeccionando, la tecnología fue adquiriendo mayor protagonismo en los métodos de producción y también en el día a día de las personas. Todo ello desembocó una nueva revolución que, a pesar de gestarse durante mucho tiempo, no llegó a explotar hasta finales del siglo pasado. Todos conocemos su nombre, se trata de la revolución tecnológica. Su influencia y su capacidad de transformación de la realidad que la rodea hace de ella eso: una auténtica revolución. Una con el potencial de hacer que el mundo que existía hace sólo unas pocas generaciones, se convierta en otro prácticamente irreconocible.
Lo vemos en nuestro día a día, la tecnología forma parte de nuestras vidas, y cada vez está insertada a un nivel más profundo en los procesos de nuestro día a día, desde aquellos que forman parte del ámbito personal (como el entretenimiento o las relaciones sociales), hasta aquellos propios del sector público (digitalización de la burocracia, de los trámites administrativos, etc.)
Otro de los ámbitos claves donde esta nueva era tecnológica tiene, desde hace relativamente poco tiempo, una influencia crucial, es en el ámbito comercial, y más concretamente en cuestiones laborales. El surgimiento de figuras como el trabajo remoto, que la tecnología hacen posible, supone un giro de 180 grados a las formas de trabajar que han venido practicando desde tiempos inmemoriales. El poder trabajar para una empresa en cualquier lugar del mundo simplemente usando una VPN desde España es un gran cambio en el paradigma laboral. Que una persona no tenga que acudir a una oficina, a un taller, a un puesto de trabajo localizado en una ubicación geográfica concreta vinculada a su actividad, supone una verdadera revolución. Y como cualquier revolución, plantea una serie de importantes desafíos.
Desde cuestiones como la ciberseguridad, hasta la conciliación laboral y familiar, pasando por otras como la eficiencia, la productividad o el trabajo en equipo, la lista de retos que hace emerger esta nueva forma de relacionarnos con nuestro trabajo y con las personas que forman parte de él, es larga y variada. Sin embargo, las ventajas en términos de flexibilidad, capacidad de organización e independencia, son indubitadas.
En una etapa tan embrionaria —como en la que nos encontramos— de este recorrido, es todavía complicado saber exactamente cómo repercutirá el teletrabajo y el resto de nuevas modalidades y tipos de relación laboral a nuestras vidas, ni como moldeará el mundo en el que vivimos y nuestra manera de insertarnos en él. Lo que parece claro es que el desarrollo de la tecnología parece, no solo imparable, si no exponencial, y que el entorno laboral ya está empezando a sufrir cambios que, inevitablemente, hacen tambalearse lo que hasta ahora nos había parecido "normal". Veremos hasta dónde llega esa revolución. Solo el tiempo tiene la respuesta.