El 14 de marzo de 1851, Pío IX rubricaba la bula del patronato. Se cerraba con ese gesto un capítulo secular, iniciado poco después de la venida de la Santísima Virgen de Araceli a Lucena procedente, precisamente, desde Roma. Los lucentinos, profesaron desde el primer instante un profundo y honesto amor hacia aquella Doncella de singular porte, postrándose ante sus plantas en tiempos de escasez y reuniéndose alrededor de su trono en momentos de prosperidad. La mano de la Virgen se veía detrás de cada curación, de cada gota de lluvia que el cielo regalaba a una tierra siempre sedienta. Lucena, entonces, entiende que el Ara Sagrada es un Don divino que la Providencia ha depositado aquí para ser su patrona y abogada.
La parroquia de San Mateo acoge, entre 1705 y 1715, una serie de debates teológicos por parte del clero local, que concluyen que la Virgen de Araceli debe ser reconocida "patrona benevolentísima de esta ilustre ciudad". El 6 de diciembre de 1792, don Antonio Caballero y Góngora, obispo de Córdoba, previa solicitud del vecindario y del cabildo municipal, proclama patrona de Lucena a la Santísima Virgen de Araceli, título que de facto se le atribuía desde tiempo inmemorial. Eso sí, considera que no debe menoscabarse la devoción a otros santos. Alentados por esta premisa, destacados miembros de la oligarquía local rescatan la figura de San Jorge y defienden su causa, avalada por dos efemérides que, según una versión de la tradición local, acontecieron el día de su festividad. Por una parte, algún historiador infame había situado la toma cristiana de Lucena por el rey santo, Fernando III, el 23 de abril. Algo más de dos siglos después, Boabdil el Chico caía ese mismo día en la batalla a la que nuestro pueblo y el arroyo de Martín González prestan su nombre. Esclarecido el fraude, el bando sanjorgista, encabezado por Fernando López de Cárdenas y José Feliciano Téllez, ni siquiera se tambaleó al desmoronarse sus pilares, puesto que detrás de él subyacían los intereses de las familias pudientes, enfrentadas al duque de Medinaceli, que por ser descendiente de aquel lejano marqués de Comares encargado de traer a la Virgen desde la capital italiana, se consideraba aracelitano. Libros, panfletos y coplas comenzaron a circular por las calles, disputándose sanjorgistas y aracelitanos, con el pertinaz Fernando Ramírez de Luque como principal valedor, la victoria en esta pugna, más social que religiosa. El arraigo popular de la Santísima Virgen de Araceli insufla fuerza al sector aracelitano, al que se adhieren el cabildo municipal, el clero y, progresivamente, esos mismos preclaros que años atrás habían desempolvado al santo convertidos ahora en tránsfugas ante la rotundidad de la realidad. La estocada final a los sanjorgistas la asesta el Consejo de Castilla aprobando, en nombre del rey Carlos IV, el patronato único de María Santísima de Araceli en marzo de 1808. Esta decisión quedaba, además, totalmente exenta de arbitrariedad, puesto que fue el propio vecindario el que tomó democráticamente, mediante la celebración de un plebiscito, su certera decisión.
Pese a que el asunto del patronato parecía estar cerrado, se contempla la perentoria necesidad de acudir a la máxima autoridad eclesiástica para que todo atisbo de duda se esfumara. Fue 1851 uno de los años más felices de cuantos el pueblo de Lucena ha vivido desde que su cielo es celeste. En marzo, Pío IX, en su bula del 14 de marzo, proclamaba "Augusta Patrona y Abogada de la Ciudad de Lucena a la Santísima Virgen María que en dicha Ciudad se venera bajo el título de Araceli". El júbilo creció cuando el documento llegó a Córdoba y desde Córdoba a Lucena, primero a las casas consistoriales y después, a petición del alcalde Pascual Aznar, en manos de Antonio Rafael Domínguez Valdecañas, a la parroquia de San Mateo donde, entre un silencio atronador solamente roto por algún suspiro, dio lectura para, a continuación, descubrir en el altar a la imagen objeto de tan arduo amor, Santa María de Araceli, cubierta por un velo hasta entonces. Ciento setenta años después, una vitrina de la Casa de la Virgen custodia los folios que refrendan la excepcional devoción a la Santísima Virgen de Araceli, patrona única de la ciudad de Lucena.